Son aproximadamente 520km los que separan a Trinidad y Coroico. Tomando en cuenta la velocidad promedio con la que he estado viajando esperaba que me tome 7 u 8 horas llegar hasta allá. Mis cálculos fueron rápidamente desechados al salir de la ciudad ver que el asfalto se perdía entre la tierra. Le pregunté a varias personas, esperando una respuesta prometedora de cualquiera pero la realidad era que no habría asfalto hasta llegar a Yucumo que estaba a unos 250km.
El primer obstáculo fue el Río Mamoré que dividía el camino. Habían varias balsas primitivas esperando subir motos, autos y hasta camiones de carga. Con cuidado, subí la moto a una de las balsitas y cruzamos el río lentamente. Yo sostenía la moto para evitar que se caiga sobre una señora que iba del lado contrario con una cara de temor a ser aplastada por semejante bestia. Del otro lado fue aun más complicado sacarla ya que estaba de espaldas y las llantas se resbalaban entre las tablas que dividían a la balsa del río. Con la ayuda del capitán pudimos darle la vuelta y empujarla hasta la cima de la empinada subida.
Más adelante volví a ver a mi némesis de ruta, la tierra suave. No pensé que volvería a encontrarme con ese tipo de terreno pero parece que existía en todos los caminos del país. En esta ocasión tampoco logré salir ileso del trecho. Volví a perder control pero ahora la moto cayó de costado. Mi reacción fue apoyar mi pie para recuperar el equilibrio pero se hundió en el polvo y terminó atrapado debajo de una de las alforjas. Esto a su vez evitó que pudiera salir rodando para absorber el impacto y sentí un fuerte golpe en la rodilla y el codo. Tenía que levantar la moto (como siempre) para evitar que siga perdiendo gasolina pero no podía hacerlo desde esa posición. El ángulo no me permitía levantarla lo suficiente para soltar mi pie. Forcejeé bastante tratando de crear un espacio y al final pude liberar mi pierna debajo de la alforja y levantar la moto. Esta vez La Inmortal no soportó los golpes. Yo tampoco. Mataperros doblado, espejo derecho caído, manija de freno delantero rota y direccional colgante fueron algunos de los daños. Yo sufrí en leve golpe en la rodilla y un codo raspado por dentro de la casaca. Paré a un costado de la “carretera” para limpiarme la herida y vendarla para que no se llene de tierra en el resto del camino.
Otro gran problema en el camino, aunque no tan frecuente eran los camiones y la cantidad de polvo que levantaban. Dificultaba enormemente poder avanzar y en todos los casos no podía ver al camión hasta que lo tenía a menos de 4 metros de distancia. La tierra era tan suave que tan charcos que se partían visiblemente apenas la llanta delantera la tocaba solo que en vez de mojarte los zapatos los dejaba cubiertos de tierra. Detenerse en medio de estos pedazos también era poco recomendable ya que todo el polvo que habías levantado te alcanzaba y cubría totalmente.
Varias horas después, llegando al pueblo de San Borja encontré un mecánico que me pudo ayudar a reparar el freno. Adaptó un repuesto antiguo que tenía y lo colocó donde se había roto la manija. Me serviría hasta que pudiera encontrar un repuesto a medida pero quedó mejor de lo que esperaba. Volví a llenar el tanque y continúe con el camino hacia Coroico.
Luego de tanta desgracia tuve un gran momento de felicidad. Llegué a Yucumo y apenas crucé el puente encontré el asfalto que había esperado con ansias. Todo esto ocurría justo a la entrada de Los Yungas, el comienzo del ascenso a los bosques tropicales rumbo al altiplano. Qué alegría sentir un liso pavimento bajo mis ruedas luego de tanto maltrato sufrido por la moto y también por mi cuerpo. La alegría duró poco ya que el asfalto era un engaño al viajero. Eran 5km de pura felicidad seguidos de lo que estaba tratando escapar. En Bolivia no hay escapatoria de caminos malos. Me quería rendir ahí mismo. Quería parar la odisea e irme a casa pero allá afuera no había dónde rendirse. Para rendirte tenías que salir. Para salir tenías que continuar.
Seguí subiendo por los ahora sinuosos caminos tratando de alcanzar Coroico lo más pronto posible. Las pocas personas con las que me cruzaba me decían que Coroico estaba a 6 ó 7 horas de distancia. Era algo que era incomprensible en mi cabeza. ¿Cómo podría estar a tanto tiempo si la distancia no era tan larga? La respuesta eran los caminos. En la mañana cuando me accidenté habían transcurrido casi dos horas y había avanzado menos de 60km.
Seguí subiendo hasta que me volvió a agarrar la noche en esos peligrosos caminos. Ya había roto mi regla de no viajar de noche pero este era una camino donde definitivamente no quería estar ni siquiera de día. Seguí andando pidiéndole al universo que me presente con un lugar para comer y dormir. Llegando a un restaurante en medio de la nada pregunté si había un lugar donde acampar. Los niños que trabajaban ahí me dijeron que la casa del costado estaba deshabitada y que podía poner mi carpa en frente de su puerta. “¿Es seguro acampar acá?”, les pregunté. “Obvio”, me respondió la chiquilla, casi ofendida por semejante pregunta. Habían pasado 11 horas y había recorrido solamente 300km.
Esa noche dormí muy placenteramente por alguna extraña razón. Me sentí descansado cuando me desperté. Sucio, pero descansado. Mientras salía de mi carpa me di cuenta que la casa en cuya fachada había acampado no estaba deshabitada. Las luces de la sala estaban encendidas y parecía que había una familia tomando desayuno. Alisté mis cosas y me fui antes que pudieran salir a decirme algo.
Volví a retomar el camino a las 7am y durante varios trechos me preguntaba si por casualidad no había entrado al famoso Camino de la Muerte. Habían por todas partes caídas verticales donde difícilmente uno podría sobrevivir. Estaba adolorido en todo el cuerpo. Cada gramo de mi ser sentía el golpe del terrible camino sin piedad. Además de ello, tenía que batallar con la tierra, la neblina, los camiones y los taxis que desafiaban la muerte con la velocidad que recorrían esos caminos. Aquí aprendí que las leyes convencionales de tráfico no se cumplen. Los caminos de Los Yungas tienen su propio reglamento, el más importante siendo que se maneja del lado contrario.
A mitad de camino, a eso de las 9:30am llegué a Caranavi y tomé un buen desayuno antes de continuar. Después de dos horas y media de más camiones, tierra y pequeñas cascadas, tuve una gran sorpresa. Fue algo que me dejó asombrado por lo inesperado e incongruente del panorama. Entre los montes verdes e intenso calor se podía ver un pico nevado a la distancia. Delante del nevado, postrado en la cima de un cerro verde estaba el pueblo de Coroico. La lenta y larga tortura había llegado a su fin.
hola luiz soy dionicio de arequipa del areopuerto como estas he visto todas las fotos estan bien bonitas ,q tal te va en nazca ,sube mas fotos,chau ,ya nos estamos comunicando ,llamame para cualquier cosa ,saludos
hola Luis, amigo estuve fuera de casa por unos dìas y retome tu ruta, cuanto haz hecho amigoooooooooo, sigue con cuidado,.Besos Cachi