Los días de tranquilidad comenzaron con la última subida complicada hacia Coroico. Era un camino empedrado que ascendía hasta llegar al pueblo donde me aguardaba una vista espectacular. Eran las 11 de la mañana.
Pasando el pueblo hacia arriba terminé en el hotel que se convertiría en mi santuario por los siguientes tres días. Era como estar en un resort playero pero solo que en lugar de tener una vista al mar tenía en frente una cordillera verde con nevados de fondo. Era asombroso en todo sentido. Dejé mis cosas en la habitación y antes de finalmente echarme a relajar y disfrutar del entorno fui en busca de un mecánico para solucionar los mil y un ruido que estaba haciendo la moto.
Todas las partes cascabeleaban como si la moto entera estuviera a punto de caerse a pedazos. Me tomó media hora encontrar a un mecánico que se especializara en motos y recién ahí pude ver la cantidad de daño que había sufrido la pobre Inmortal. Los chicos me preguntaron de dónde había venido.
– Salí de Trinidad.
– Ah, del Beni. ¿Hace cuántos días saliste?
– Ayer a las 8 de la mañana.
– ¿Qué? ¡Has venido volando! Todos los transportes se demoran tres días en llegar desde Trinidad.
– Capaz por eso mi moto está en tan malas condiciones. Jajaja.
Me había demorado menos de un día y medio en hacer un recorrido de tres días. Claro que el resultado de las caídas y de las pésimas condiciones del camino fue lo siguiente: Un espejo quebrado, una manija de freno improvisada, una luz direccional quemada, el guardabarro delantero repleto de barro sólido, la caja intermitente desprendida, el compartimiento de la batería quebrado (lo tuvieron que soldar de vuelta en su lugar y felizmente no se me cayó la batería en el camino), el guardacadena totalmente desprendido rebotando sobre la cadena, un filtro de aire saturado de tierra, y mucho polvo en cada rincón posible. La moto estaba hecha un desastre pero el muchacho que le hizo el servicio la dejó en muy buenas condiciones. Le pedí que también le de una lavada pero me dijo que ellos no hacían eso, que la llevara al lugar de lavados o a las cascadas cercanas para pasarlas por debajo.
Decidí seguir las recomendaciones del mecánico y me fui a las cascadas. La brisa se sentía muy refrescante, especialmente considerando que yo, al igual que la moto, todavía no me había duchado. Había preferido lidiar con los temas de mecánica antes de quitarme toda la tierra de encima. El problema es que nunca llegué a las cascadas. En el camino mi llavero se cayó de mi bolsillo y regresé por el camino tres veces buscándolo. Era mi llaverito aventurero y tenía las llaves de las alforjas y las cadenas de la moto. Felizmente tenía llaves duplicadas escondidas pero igual extrañaré mi llavero compañero. Regresé al hotel y fue recién ahí que me vi en un espejo y me di cuenta del aspecto que tenía.
En la habitación descubrí que los daños no solo habían afectado a la moto sino también a las alforjas. Una de ellas se había abierto por completo y la otra ya estaba empezando a descocerse en el fondo. Eran resistentes pero no estaban diseñadas para tanto maltrato. Para este tipo de viajes descubrí que son necesarias las alforjas duras de plástico o preferiblemente aluminio. Cosí el fondo de las alforjas y cubrí las costuras con cinta. No tendrían que aguantar mucho maltrato más.
Esa fue la última tarea a completar. Luego de eso pude dedicarme exclusivamente a descansar junto a la piscina, disfrutar del buffet, tomar sol, durmiendo sobre hamacas y deslumbrándome por la increíble vista que tenía. No podría haber caído en un mejor lugar luego de los infernales caminos que había atravesado. Quinientos cincuenta kilómetros de caminos de piedra y tierra que me tocó cruzar para llegar hasta ahí. Poco a poco el dolor generalizado que tenía fue disminuyendo mientras paseaba por el pueblo y absorbía el calor que no volvería a ver en el altiplano.
En mis días ahí, aparte de conocer íntimamente a los mosquitos que depredaron mis brazos y piernas, también conocí a una pareja de chilenos con los que terminé yendo para alentar a su selección. Espero que en un futuro se animen a comprar una moto para poder hacer el viaje que tanto querían. El entusiasmo en los ojos de Horacio cuando le contaba de mis experiencias por el continente era más que obvio. Aparte de ellos también pasé bastante tiempo conversando con Josué, un chico que recién había comenzado a trabajar en el hotel. El futuro economista me aseguraba que no iba a llover pese a todos los pronósticos de internet. Todo apuntaba a que habrían tormentas eléctricas el último día pero Josué confiadamente me decía que las nubes siempre se terminaban disipando. Cada persona que conocí hizo que el tiempo sea más agradable.
El último día ya sentía recuperados los hombros, la espalda, los antebrazos, las muñecas y la rodilla sentida debido a la última caída. Me hizo falta cada onza de descanso y tranquilidad para reponerme de lo vivido y para prepararme para algo que había estado ansiosamente esperando desde que salí: el camino más peligroso del mundo también conocido como la Ruta de la Muerte.
que lugarrrr!!! hermosa vista luis!!!
bien merecido tenias ese descanso despues de todo lo que pasasteee!!
Increible , todo lo que has pasado,merecias esos dias de relax.
Las fotos hablan por si mismas .
Hola te acuerdas de mi despues de tanto tiempo de busqueda te encontre gggggg
Hola Josué. Qué gusto volver a escuchar de tí. ¿Sigues por allá en Coroico? ¿Te sirvió de algo el repelente que te di? Un abrazo, mi estimado.
Te cuento q despues d los dos dias q te marchaste me fuy pa La paz ya no queria segir gggg pero paso mucho tiempo ee si el repelente me sirviom de mucho xq me quede serca al rio cm 3 dias mas 😀