Capítulo: 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8
Llegamos a la estación de buses faltando 10 minutos que salga el bus. Los guardias estaban con ganas de hacer problemas diciéndonos que teníamos que pasar la revisión de seguridad y fueron bastante meticulosos para revisarnos. Un poco más y se convertía en una búsqueda de cavidades. Sin embargo, lo importante era que habíamos abordado y estábamos rumbo a Guayaquil donde nos esperaba la segunda etapa del retorno.
No dormí esa noche. Mientras Eddie y Jose yacían en sus respectivos asientos sumergidos en un profundo sueño yo intentaba apoyar mi cabeza contra la ventana para descansar siquiera un par de horas. Imagínense mi sorpresa cuando vi a algo escurridizo pasar junto a mi cabeza:
¡Las advertencias de Sandy sobre el transporte interprovincial barato en la costa ecuatoriana eran ciertas! ¡Sí habían cucarachas en los buses! No me quedó alternativa más que sostener una profundamente filosófica conversación con dos de las cucarachas que me acompañaban. Al rato se sumó una araña a la plática. Luego, al llegar a Guayaquil a las 4am le mostré las fotos a Jose con lo que casi se desmaya. En realidad no debería haberse sorprendido tanto ya que casi la mitad del viaje lo pasamos en estas mismas condiciones.
En la terminal lo primero que hicimos fue buscar alimentos y un baño. No necesariamente en ese orden. Yo estaba en mi estado más misio. Toda la plata que tenía solo me bastaría para comprar el pasaje del bus así que mientras Eddie y Jose se compraban sándwiches, yo me compré una bolsa de mentas y toffees. Preguntamos en una de las boleterías si habían buses para Perú y felizmente nos indicaron que había uno directo a Piura que salía a las 7:30am. Para la mala suerte de Eddie, ese bus de $10 no era un bus-cama como lo había soñado. El bus deluxe salía más tarde pero no nos iba a alcanzar el tiempo para llegar al aeropuerto en Piura. Según el cronograma que nos dieron en la boletería, llegaríamos varias horas antes que salga el avión con el bus de las 7:30am así que optamos por ese. Retornar a casa era la prioridad más alta. Por fin tuve tiempo para sentarme a leer mi libro y escuchar música en paz. Eddie se compró un diario local y en la sección de deportes nos enteramos de algo muy interesante. El instructor de surf de Montañita, que era el favorito para ganar el campeonato nacional, había perdido unos días antes y nosotros sabíamos exactamente por qué: la noche antes del campeonato (aquella noche interminable) el joven atleta decidió desaparecer con Liz (una de las inglesas) y a la mañana siguiente cuando fuimos a despedirnos al cuarto de las chicas, faltaba una. ¿Coincidencia?
Varias horas después los rayos de sol empezaron a inundar la terminal. Los gorros y chompas que nos pusimos fueron de vuelta a las mochilas y nos estiramos bien antes de ir a la plataforma de donde salía nuestro bus. Partimos a las 7:20am en punto en un bus exactamente igual a todos los demás que habíamos estado tomando. Durante el tiempo que hacíamos la fila para subir al bus Eddie estaba extrañamente cautivado por un travestí que rondaba las plataformas. Lo miraba como si nunca hubiese visto un travestí antes en su vida. Parecía estar confundido por si realmente era un travestí o una mujer musculosa y poco atractiva. Se puso nervioso cuando parecía que se iba a subir al mismo bus que nosotros.
Ya en el camino hacia la frontera pudimos descansar un poco. El bus hacía varias paradas. La gente se bajaba, la gente subía pero nosotros íbamos sentados en relativa comodidad, disfrutando el paisaje colorido y cerrando los ojos para tomar micro-siestas. En tan solo cuatro horas y media ya habíamos llegado a la frontera. Eddie había calculado que para llegar al vuelo con tiempo deberíamos haber llegado en tres.
Para poder ilustrar la situación en la que se encontraba, déjenme explicarles un poco acerca del personaje de Eddie. Es un tipo sumamente amiguero y le encanta joder y pasarla bien en general, pero siempre dentro de sus parámetros de comodidad. Toda esta aventura resultó ser novedosa para él porque no viajamos de la manera más cómoda. Sólo hace falta leer algunas de las entregas anteriores para que vean nuestras condiciones. Encima de todo esto, Eddie necesita estar en control. Si las cosas nos están bajo su control, el chico se pone nervioso y en esta ocasión en especial, las cosas no podrían haber estado más lejos de nuestro control.
El puesto fronterizo lo pasamos bastante rápido, sobre todo por la insistencia del chofer del bus que parecía que tenía que cumplir con la entrega de alguna donación de órgano por lo apurado que estaba. Esto parecía darle un grado de seguridad a Eddie ya que si el chofer estaba apurado, llegaríamos más rápido a Piura. El paso por Migraciones fue otro rollo. Era un descontrol total. Algunos tenían que hacer el trámite, otros que solo habían estado en Ecuador durante el día no lo tenían que hacer, y los gritos del chofer con sus pésimas indicaciones solo terminaban confundiendo a todos. Afortunadamente, pudimos salir de ahí vivos y legalmente admitidos al país. DESAFORTUNADAMENTE, 5 minutos después de salir de ahí alguien se dio cuenta que habíamos dejado a dos personas atrás. El bus dio la vuelta en U y la sangre dejó de fluir a la cara de Eddie. Según sus cálculos, ya estábamos demasiado ajustados de tiempo y no sabíamos cuánto nos íbamos a demorar buscando a estas personas cuyas caras no recordábamos. El chofer salió corriendo a Migraciones a averiguar y le dijeron que una pareja que había perdido su bus había tomado un mototaxi para tratar de alcanzarlo. El chofer subió nuevamente al bus y nos indicó a todos que estemos con los ojos pelados a cualquier mototaxi que veamos en el camino.
Creo que nunca llegamos a encontrar a esa pareja. Espero que todo les haya resultado bien a pesar del mal paso.
No podía verlo a Eddie sin dejar que su angustia me contagie así que opté por escuchar música y mirar por la ventana las curiosidades que ofrecía el paisaje. Particularmente éstas:
El primero es una “estación de servicio” que vende gasolina de contrabando de Ecuador, transportada por los lanchones de la segunda foto. La diferencia de precios de combustible en Perú y Ecuador (particularmente la zona sur) era abismal y el control policial para estos lanchones era, según mi testimonio, inexistente. Estos bólidos se paseaban impunes por doquier y lo más divertido era ver los que llevaban carga y los que no ya que la suspensión trasera levantaba el auto más de medio metro si no llevaba nada.
Estas observaciones no duraron mucho ya que el tiempo que pasamos en Tumbes fue muy corto y porque la batería de mi reproductor de música se agotó lo que significaba que ahora Eddie tenía alguien a quien llevarle sus temores sobre la hora de nuestro arribo. Siendo el buen amigo que a veces suelo ser, fue mi deber repetirle durante varias horas que no se preocupara, que no faltaba mucho. Me inventaba distancias entre puntos basados en la velocidad que íbamos para tranquilizarlo. El cambio de paisajes me ayudó a convencerlo que el destino estaba cerca y yo mismo me obligaba a tragarme mis mentiras pues mirando mi reloj me daba cuenta que Eddie posiblemente tenga razón sobre nuestra precaria situación de tiempo.
El avión despegaba en una hora y ni siquiera estábamos dentro de los límites de la ciudad pero apenas empezaron a aparecer más casas y carteles publicitarios, le temor de Eddie se convirtió en una sólida determinación por no perder ese vuelo. Apenas entramos a la estación de buses, salió disparado por la puerta y él mismo abrió los compartimientos de las mochilas para buscar las nuestras. Unos guardias lo apartaron y tuvimos que esperar como todos los demás pero como fuimos de los últimos en subir al bus, nuestras mochilas salieron al comienzo. Con nuestras pertenencias al hombro, nos metimos en un taxi que nos llevó embalado hasta el aeropuerto. Eddie le dio una propina adicional al taxista por la velocidad de la carrera y finalmente entramos al aeropuerto, 25 minutos antes que despegara el avión.
Si la historia terminase aquí, podría ser un digno final a una gran aventura. Después de todo lo que vivimos esas dos semanas, cerramos con un emocionante broche de oro, cruzando fronteras, dejando a gente atrás y sobreviviendo con mentas y toffees. Ni siquiera en The Amazing Race se han visto carreras tan ajustadas. Sin embargo, el universo no se iba a contentar con un final así. El universo quería emociones más fuertes.
El avión finalmente despegó a la hora programada y lo único que yo quería era que empiecen a servir la comida. Me moría de hambre. Mi única fuente de alimentos en las últimas 24 horas habían sido los toffees y mentas que me había comprado (y que dicho sea de paso, eran un regalo de nostalgia para mis hermanas). Las cosas empeoraron rápidamente poco después del despegue. Primero, un bebito vomitó o se cagó en un asiento tres filas más adelante. Los aeromozos hicieron lo posible por cubrir el olor con una serie de sprays pero intentar disipar el olor a mierda en un pequeño cilindro hermético es casi imposible. Luego vino la turbulencia. Turbulencia de las malas. De las que todo el mundo se empieza a mirar para ver quien es el primero en pedirle a Dios que nos ampare. No suele ser mi estilo pero aparentemente el que estaba rezando era yo. La turbulencia pasó pero no salimos ilesos. Los carritos de comida se volcaron en la parte de atrás y toda la comida se estropeó. Quería pedirle a las aeromozas que no me importaba que la comida esté toda derramada, que me dieran las sobras. No se pudo. Está en contra de las normas de seguridad o algo así. Solo nos ofrecieron un pan con pasas y un vaso de jugo. Fue en ese momento que llegué a la conclusión que Dios no existe.
No contento con semejante desastre, un idiota pensó que como el avión ya olía a mierda podía tirarse pedos indiscriminadamente. No puedo poner suficiente énfasis en lo mal que está soltar gases en un avión, especialmente si te estás pudriendo por dentro a causa de dos semanas continuas de juerga y mal vivir en general. El olor era tan fétido que a pesar que me envolví casi toda la cabeza todavía podía sentirlo en mi lengua. Eddie, eres un asco.
Una vez aterrizados en Lima, salimos del del avión tomando enormes boqueadas de aire. Recogimos las mochilas y salimos a negociar un taxi que nos llevara a casa. Conseguimos un buen precio y salimos del aeropuerto. El taxista no tomó la ruta que esperábamos y decidió cortar camino por un barrio al este del aeropuerto por el cual ninguno de nosotros había pasado antes. Empezamos a dudar si realmente estaba cortando camino o estaba buscando un buen escondite para asaltarnos. Eddie le empezó a preguntar por dónde nos estaba llevando pero el tipo evadía nuestras preguntas y nuestros niveles de sospecha se inclinaban cada vez más hacia el hecho que algo malo nos estaba a punto de ocurrir. Instintivamente saqué de mi mochila el cuchillo de Jose y se lo alcancé ya que él estaba sentado detrás del taxista.
Eddie le hacía más preguntas al taxista sobre su peculiar atajo y en broma le decía, “no nos estará llevando a un asalto, ¿no?” pero nuestro taxista se mantenía mudo. Ni siquiera nos dio una sonrisa tranquilizadora. Jose desenfundó el cuchillo y lo empuñó de tal manera que si el tipo intentaba hacer algo raro, le iba a caer un cuchillazo por la espalda. La tensión se disipó cuando después de algunas vueltas más, salimos directamente a la Vía de Evitamiento. Le di una seña a Jose y volvió a enfundar nuestra arma colectiva. El taxista nos dejó en casa de Eddie donde él luego nos llevó a nuestros respectivos domicilios.
Me despedí de mis amigos y toqué el timbre de mi casa después de dos semanas de locuras. La más emocionada en recibirme fue mi perrita que casi salta por la ventana al verme. Al que más me emocionó ver fue a un delicioso plato de comida casera listo para ser devorado, y de postre una caja de alfajores que mi papá me trajo de Argentina. Un cierre digno a otra espectacular aventura.
asu, he leido toda la historia … creo que debo viajar a Ecuador con unos amigos… y seguir hasta el final pase lo que pase…