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Fue una mañana nublada aquel dos de agosto en Montañita. Salimos en la mañana a dar una vuelta por la playa y naturalmente no encontramos a nadie. Éramos los dueños de las olas y la arena, pero en nuestro reino playero no habían señales de vida.
Luego de una larga caminata hasta el final de la playa, donde nos encontramos mirando pececitos atrapados en las piscinas formadas por la marea y observando el horizonte sin decir nada, regresamos al pueblo. Pasamos por la misma bodega donde compramos el Absolut la noche anterior, sólo que esta vez, por el mismo precio compramos tres botellas de vodka cuyo nombre ni siquiera vale la pena tratar de recordar. Nos estábamos mentalizando para una noche de destrucción.
Con las provisiones garantizadas, cada quien fue a explorar los alrededores. Yo me quedé tranquilamente meciéndome en una de las hamacas contemplando minuciosamente la trayectoria de mi vida. Concluí que si la vida me había traído hasta esta hamaca para relajarme en la playa entonces seguía en buen camino.
Jose y Eddie, en cambio salieron a buscar sustancias psicoactivas para hacer su gran debut narcótico. Yo no pretendo ser ningún erudito en cuanto a temas “herbales” se trate pero lo que consiguieron los muchachos era de una calidad lamentable. Un grupito de argentinas hippies vagabundas los habían estafado con un paquetito de monte.
“¡A mal tiempo, buena cara muchachos!”, y con eso comenzó el proceso de desmoñar y enrollar. El producto final fue algo a lo que solamente Jose y yo terminamos sacándole provecho.
“No siento nada”, me decía Jose.
“Yo tampoco”, le respondí.
Estábamos desilusionados. Aparentemente Jose esperaba tener revelaciones profundas acerca de sus temores e inseguridades mientras caminaba por un desierto multicolor donde los sonidos, imágenes, y olores se mezclaran en una experiencia de explosiva sinestesia. Yo sólo quería reírme un rato de cosas sin sentido. Poco después de terminar el pequeño “enrollado” fuimos a almorzar a una bodega cercana donde servían menú. Poco a poco los ojos de Jose se fueron relajando y enrojeciendo hasta quedar en la forma característica asociada a su estado. El solo hecho de pedir un cuarto de pollo a la brasa ya le estaba dando risa. Luego de terminar nuestra comida, que devoramos como si hubiese sido la comida más deliciosa de la historia, regresamos al hospedaje en lo que sólo se puede describir como una competencia para ver quién caminaba más lento.
Veredicto de la primera experiencia marihuanera de Jose: “No me gustó, me sentía estúpido.” Y vaya que lo aparentaba también.
…
Esa misma noche los tragos comenzaron a rodar. Jose estaba encargado de preparar las bebidas que resultaron bastante fuertes considerando la cantidad de alcohol que teníamos. A nuestra pequeña juerga se unieron las inglesas y John. Tras una ronda de juegos, John cayó rendido y regresó a su cuarto tambaleándose. Conforme nos íbamos emborrachando más, las premisas de los juegos se ponían más atrevidas. Al momento culminante de la noche, más de la mitad de la gente estaba en ropa interior. De acuerdo a los rumores, se dice que yo tenía puesto el top del bikini de una de las chicas. No puedo confirmar ni negar este rumor ni la existencia de evidencia fotográfica de los eventos transcurridos.
El alcohol ya había emparejado a cuatro personas. Uno de nosotros se encontraba acurrucado en la hamaca con Liz, mientras que otro del grupo ya se estaba llevando a Emma (que con las justas podía pararse) a su habitación. Lo que ocurrió a continuación sólo podría haber sucedido bajo los efectos del alcohol. Camino a su habitación en el segundo piso, Emma finalmente sucumbió ante la cantidad de tragos ingeridos y vomitó. Uno de los chicos que ya estaba durmiendo salió de su cuarto para ver quién no lo dejaba dormir y al ver qué estaba sucediendo decidió ayudar a llevar a Emma a su cama. Mientras todo eso ocurría, Liz y su pareja de la noche entraban a uno de los cuartos desocupados en el primer piso. Al escuchar lo que estaba pasando arriba, Liz le pidió que vea si su amiga estaba bien. Subió y ayudó al somnoliento a llevar a Emma a su cama para que descansara. A todo esto, el escurridizo del muchacho de Liz (al ver que su compañera se encontraba inhabilitada) bajó y se metió al cuarto con Liz. Cuando la pareja original de Liz bajó a seguir donde se había quedado, encontró al escurridizo intentando levantársela. Entró a la habitación y el escurridizo le dijo, “dame un ratito y después entras tú”. Fue inmediatamente echado del cuarto pero antes que pudieran cerrarle la puerta metió su cabeza y en voz baja dijo, “oye, después intercambiamos”.
Debido a la naturaleza de la historia y a pedido personal de los involucrados, no puedo revelar específicamente quién hizo qué pero tengan por seguro que sí, esto realmente sucedió.
Los eventos que cerraron la noche son la anécdota preferida de uno de los muchachos y como le encanta repetir la historia cada vez que conoce a alguien lo dejo en sus palabras:
Yo ya estaba en mi cama cuando empecé a escuchar un “¡Aaaah, aaaah!” desde el piso de abajo. Bajé con el escurridizo para ver qué estaba pasando. Nos sentamos detrás de las hamacas para escuchar a nuestro campeón y la gringa.
“Aaaaaahh, aaaaaahh”, se escuchaba desde adentro y Pákata pákata pákata, retumbaba la cama.
La ventana era solamente una cortina y una malla para los mosquitos así que se escuchaba como si estuviéramos adentro del cuarto. Nos estábamos cagando de risa por dentro pero nos aguantamos las carcajadas para no interrumpirlo. De repente se escuchó un pákata pákata pákrrrrraaaasshhh!!! seguido de un agudo:
“¡¡¡JESUS CHRIST!!!“.
El hijue*&$# rompió la cama y en vez de decir, “¡Carajo!, ¡La p**a madre!” o cualquier otra cosa en español, soltó un “JESUS CHRIST” en inglés. Estaba tan concentrado que hasta se había olvidado de su lengua materna. No aguantamos más y nos re-cagamos de risa escandalosamente afuera de su cuarto. Pero, ¿creen que eso lo detuvo?. ¡No! Con cama rota y todo siguió adelante.
A la mañana siguiente Rodrigo (el dueño del hospedaje) nos dijo, “Díganle a su compadre que pase por caja. Espero que haya disfrutado de su noche”. Rodrigo le terminó cobrando la reparación de la cama, pero este hijue*#% rompecatres le cobró la mitad a Liz. Jajaja. Según él, no rompió la cama solo.
…
Los dioses de la noche parecían haberse satisfecho con la ofrenda del lecho del hospedaje pues el día amaneció soleado. Bobby y yo aprovechamos que el subcampeón de surf de Ecuador estaba trabajando de instructor en el hospedaje y tomamos unas clases. Las “clases” dejaron mucho que desear. Podría haber aprendido lo mismo viendo un video en Youtube, pero por lo menos nos prestaron las tablas dos horas más de lo acordado. El resultado final fue que pude pararme en 3 olas. FAIL.
El apoyo incondicional de Eddie también estaba corto de frases animadoras. Cualquiera hubiera pensado que se estaba burlando de mí pero siendo él mi amigo, tuve que asumir que era su forma de tratar de levantar los ánimos. ¿Cómo iba ese dicho?: con amigos como éstos…
Pasamos el resto de la tarde haciendo lo que mejor se podía hacer, vagar y comer mientras el sol volvía a ocultarse detrás de las nubes. Todo el sol playero que esperábamos conseguir lo absorbimos básicamente esa mañana. En el transcurso de la mañana hubo un momento de discordia grupal sobre el método de transporte de regreso a Lima. Bobby tenía que regresar al día siguiente y nos lo había dicho el día anterior así que no había problema ahí. Jose y Eddie querían tomar un vuelo desde Guayaquil después de la siguiente ciudad mientras que yo quería tomar un bus de regreso a Máncora por un par de días más antes de volver a Lima. Las cosas se calentaron un poco porque Eddie insistía que teníamos que permanecer juntos hasta el final y sino ¿qué clase de amistad era esta? Curioso que diga eso considerando el trato que le dio a Nacho unos días antes y el desmembramiento general del grupo a lo largo del viaje. Al final acordamos tomar un bus de regreso hasta Piura y subirnos a un avión ahí. Fuimos a una cabina de Internet, compramos los pasajes y le echamos tierra al argumento. A pesar de toda la discordia, los planes de esa noche sí estaban fijos: salir a juerguear a Caña Grill, un bar al aire libre con música en vivo y toda la onda pastrula de Montañita condensada en un solo punto. Camino a la playa habíamos visto a algunos músicos haciendo la prueba de sonido y sonaba bastante bien. Regresamos todos al hospedaje para una siestita en las hamacas y para ducharnos.
Yo fui el primero en bañarme. Después de salir de la ducha siguió Jose y fue entonces que se dio cuenta que la pared de madera que dividía nuestro baño del baño de nuestras vecinas tenía unas grietas delgadas debido al ensanchamiento de la madera por la humedad. En algunos lugares era lo suficientemente ancho para ver al otro lado y para nuestra fortuna, justo una de nuestras amigas extranjeras estaba entrando. En retrospectiva, no estoy muy orgulloso de haber protagonizado una escena de Porky’s en la vida real pero durante esos minutos Jose, Bobby, y yo nos sentimos como unos adolescentes viendo a una mujer desnuda por primera vez. Nunca antes un trío de hombres había hecho tanto silencio para ocultar su presencia. Lo único que podíamos oír era el latido de nuestros corazones y los pasos de nuestra compañera desnuda al otro lado de la pared. Todavía no sé si se habrá percatado de nuestra presencia pero cuando salió de la ducha levantó la cabeza y la giró mirando a la distancia como un venado tratando de agudizar sus sentido auditivos. Como si supiera que un cazador la tenía en la mira pero sin saber de dónde exactamente. Inmediatamente se envolvió con una toalla, cogió algo de su habitación y mientras se dirigía a nuestro cuarto a tocar la puerta salimos corriendo del baño con el pánico más silencioso del mundo. Salimos disparados pero tratando siempre de guardar la compostura como si nada estuviéramos haciendo. Fue un alboroto perfectamente cómico.
¡TOC, TOC, TOC!
Jose se tomó un momento para tratar de normalizar su respiración y componerse y le abrió la puerta.
“Hola chicos, por casualidad ¿esto es suyo?” nos preguntó mientras agarraba un frasco de protector solar con una mano y sostenía la toalla que la cubría con la otra. Ni siquiera llegó a ponerse sandalias.
“No, no. Eso no es nuestro”, le respondió Jose, quien todavía tenía la duda viva si Emma nos había atrapado espiándola o si realmente tuvo la urgencia de resolver el caso del misterioso protector solar de su habitación. Bobby y yo miramos el frasco casualmente y le respondimos lo mismo.
Satisfecha con nuestra respuesta y potencialmente evidente mirada de perros arrepentidos, regresó a su cuarto a terminar de cambiarse. No la volvimos a espiar. Es más, ni siquiera volvimos a entrar al baño; pero no fue porque pensamos que nos habían descubierto. Fue por esto:
Traté de tranquilizar a todos diciéndoles que probablemente no era venenosa debido a su color y tamaño (¿qué diablos sabía yo?) y que nos tenía más miedo a nosotros que nosotros de ella. Aparentemente estaba hablando por el culo ya que en algún momento, sigilosamente intentó asesinar a Jose. Probablemente fue durante el apagón que pensamos que nos había cagado la noche. Ahora que lo pienso, lo más seguro es que esa araña de Mefistófeles haya causado el apagón.
La primera parada de la noche fue comer unos choclos con queso de un carrito en la calle pues aparentemente nadie aprendió la lección ajena de Nacho y sus alimentos ambulantes. Unos tragos después en un bar sin nombre y las cosas se empezaron a mover… y posteriormente enrarecer. Entramos a Caña Grill donde lo primero que hicimos fue pedir cada uno un enorme vaso de cerveza. En el escenario tocaba una banda liderada por un singular personaje importado directamente de la Guyana Francesa. Entonaba con gran talento una sesión de reggae espectacular. Estaba canalizando al espíritu de Bob Marley y el público lo adoraba. Circulaba tanta hierba que parecía que la estaban cosechando directamente de la playa. Nosotros ya habíamos tenido nuestra experiencia el día anterior así que decidimos disfrutar únicamente nuestras enormes cervezas. Hasta el baterista estaba fumando mientras tocaba.
Luego de dos rondas de chelas, unos bailes con otro grupo de mochileras, y un encuentro con un cusqueño que ni tenía idea en qué dimensión estaba flotando, los dos protagonistas de la noche anterior salieron en busca de Liz y Emma para intentar repetir lo de la noche anterior. Era nuestra última noche en Montañita así que querían cerrar con broche de oro (pero esta vez sin destrucción de propiedad). Desafortunadamente se encontraron con Emma afuera de Caña Grill prendida de un moreno con escasas vestimentas.
Vean esa sonrisa y esas caricias abdominales. No había nada que hacer, ya tenía su galán de la noche. Les contó que Liz se había ido dos horas antes con el instructor de surf y que no la había visto desde entonces. Poco después se fue llevándose al moreno y las esperanzas de los muchachos de una noche de pasión desenfrenada.
Esa noche nunca acabó. Circulamos por otros bares. Algunos un poco tristes donde vimos a una señora mayor sentada en la barra tratando de coquetear con cualquier chico menor de 30 años. Si mal no recuerdo, terminó dándole su número de teléfono a Jose. Después de una horas terminamos juntándonos con un grupo de Guayaquileños que arribaron a Montañita en su camioneta. De la tolva sacaban más y más cervezas y levantando una tapa y girando una puerta habían convertido toda la parte de atrás de la camioneta en un equipo de sonido gigante. Era como un Transformer parrandero. Nos quedamos hablando sobre política, familia, y el caos que es la vida en general. Fue un cague de risa y pasamos un buen rato. Felizmente se habían estacionado al lado de una carreta así que también teníamos las hamburguesas callejeras al alcance (nunca, pero nunca aprendemos). A las 4am comenzamos nuestra retirada. Nos despedimos de nuestros nuevos amigos, que nos ofrecieron hospedaje en Guayaquil si decidíamos regresar por allá. De manera recíproca les dijimos que si alguna vez iban a Lima, que los llevaríamos a las mejores discotecas y bares. Irónicamente, ni siquiera nos llegamos a aprender sus nombres y mucho menos se nos ocurrió pedir teléfonos o emails. C’est la vie.
Regresamos al hospedaje a recoger nuestras mochilas y antes que saliera el sol, ya estábamos en el paradero despidiéndonos de Bobby que se fue al sur rumbo a Guayaquil para tomarse un bus directo a Lima. Una hora más tarde, pasó otro bus en dirección contraria que nos llevaría a Portoviejo a seguir la aventura. En ese paradero de Montañita dejamos olvidada una botella casi llena de vodka quitacalzón. Ruskaya se llamaba.