Con nuestros estómagos en llamas, producto del aguardiente del tío de la tienda, continuamos nuestro camino hacia Oxapampa. En media hora ya estábamos en San Ramón y ya se me hacía agua la boca imaginándome las delicias que iba a pedirme en La Merced. Un tacacho con cecina, un juane, una patarashca. O mejor, una porción de cada una. Mi panza ya había pasado la etapa de los gruñidos. Estaba rugiendo. Ya falta poco, me decía a mí mismo, y efectivamente ya faltaba poco. Entramos a la recta principal que conduce directamente al centro de La Merced y yo seguía al Chancho esperando que gire a la izquierda para buscar un restaurante en el centro. Pasaron los dos desvíos hacia el centro y asumí que pararíamos en un lugar más adelante. Nop. Pasamos el cartel que muy cordialmente nos agradecía por la visita a La Merced y me dije, seguro vamos a parar en uno de los restaurantes campestres fuera de la ciudad, al lado del río. Qué buena idea. Pasamos uno, pasamos otro. ¡Carajo! No van a parar.