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El bus viajaba a lo larga de una angosta y maltratada carretera. Las ruedas giraban velozmente sobre el pavimento que de vez en cuando se interrumpía ante la presencia de un bache. Los pasajeros pegaban un pequeño salto en sus asientos pero nadie se mostraba demasiado preocupado. El sol brillaba y todo indicaba que sería un gran día.
Para recapitular un poco: en esta nueva etapa solo quedábamos Jose, Eddie, Bobby y yo. Ya habíamos perdido a Nacho a causa de una infección estomacal severa y un enfrentamiento violento. Ernesto, Lorena, y Mari se habían quedado atrás en Máncora. Éramos la mitad del equipo original, los valientes que seguían adelante.
Mientras más nos acercábamos a nuestro destino, menos pasajeros habían en el bus. En cada pueblito que cruzábamos en el camino se bajaba otra persona mientras nosotros mirábamos por la ventana asegurándonos que no estén sacando una mochila de más del compartimiento de almacenaje. Fue solo media hora antes de llegar a Montañita que se bajaron un par de tipos bastante grandes y nos dimos cuenta que en nuestro bus iban sentadas dos rubias que sin lugar a dudas no eran de la zona. Ahí comenzó un breve juego de adivinar de dónde eran nuestras intrusas. Basándonos en color de cabello, tono de tez y tamaño corporal acordamos que debían ser alemanas. Hasta Eddie dudaba que sean parte del clan de las “Yugoslovakas” que vimos en Máncora. Ahí fue donde terminó nuestro interés en las últimas pasajeras que nos acompañaban pero al llegar a Montañita, ellas también se bajaron. Cada uno agarró su mochila y entramos por la vía principal del pueblo.