La noche después que reparamos las motos nos volvimos a encontrar con Sam. Nos dijo que ya había entrado al parque pero que el viento lo obligó a hacer el tramo de dos horas en tres y no alcanzó a ver las Torres en sí, solamente algunos témpanos en un lago. Nosotros tuvimos un poco más de suerte al día siguiente. La carretera seguía mojada pero el sol estaba brillando y nos levantaba el ánimo. Habían suficientes nubes como para que empezara a llover pero nunca llegaron a descargar.
Nuestra primera visita fue la Cueva del Milodón donde había, aunque no lo crean, una cueva inmensa con estalactitas y estalagmitas. Entoné algunas partes de “New York, New York” para probar la acústica que resultó espectacular. Más conciertos deberían tener como sede cuevas naturales. Serían un éxito. Salimos de ahí luego de ser brutalmente atacado por un milodón.
Tratamos de avanzar rápido a través del parque pero la caminata para ver a los témpanos en el Lago Grey nos tomó mucho tiempo porque no tomamos en cuenta que tendríamos que cruzar una orilla arenosa de un kilómetro en contra del viento. La proximidad a los témpanos varados en la arena hizo que la pequeña excursión valga la pena. No esperaba que el color de los témpanos fueran así. Siempre pensé que había que meterse al fondo de un glaciar o la Antártida para presenciar algo así pero ahí en frente mío había un pedazo de hielo de un hermoso color azul.
Más adelante nos aproximaríamos entre la neblina a los Cuernos del Paine. Parecían un monstruo petrificado en la distancia. Las nubes que lo rodeaban y la poca luz solar les daban un aspecto aterrador pero majestuoso al mismo tiempo. Ya lo había visto a través de fotos pero al igual que la fotos que yo tomé, nunca se llega a transmitir lo que realmente se siente al ver algo tan imponente.
Pasando los Cuernos, Fernando y Charlie tomaron un desvío para ir directo a Cerro Castillo mientras yo seguí el camino hacia las Torres del Paine y acampar para poder verlas al amanecer. Luego me enteraría que hubo una falla en la comunicación y Fernando regresó al Parque buscándome. Ups.
En el lugar de camping armé mi carpa junto a una pareja de chilenos que estaba viajando en su van. La razón por la cual me acerqué a esa parte fue que tenían una fogata encendida y yo me estaba muriendo de frío. La unión resultó buena para todos. Compartimos un comida, historias de viajes y consejos para el futuro. Espero poder volver a verlos a ellos y a su Kangoo Viajera. A la mañana siguiente luego de una noche un tanto incómoda, cargué todo a la moto y planeaba irme del Parque pero el día estaba despejado y a la distancia se veían las Torres. ¿He venido tan lejos y acampé aquí afuera para ni siquiera completar la vista de las Torres del Paine? ¡Ni hablar! Cambié de dirección y estacioné la moto lo más cerca posible al inicio del sendero. Emprendí la caminata hacia el mirador de las Torres.
El sendero hasta el mirador era cuesta arriba subiendo 900 metros a lo largo de 6 kilómetros. Había guardado el mapa en la mochila pero recordaba que era una caminata de una o dos horas. ¡Error! La caminata hasta el mirador era de casi 5 horas solamente de ida. Mi memoria fallida fue lo que me permitió seguir avanzando. A un cuarto de camino me arrepentí de no haber traído agua ni comida. Me arrepentía aun más de no contar con la ropa adecuada para hacer trekking. Mis pantalones y casaca de moto eran un peso innecesario que encima me estaban haciendo sudar. Eso era muy malo pues una vez que me suba a la moto estando mojado, la temperatura interna bajaría mucho más rápido. Había subestimado la caminata pero la idea de estar tan cerca y darme por vencido no podía vencerme. Traté de buscar semillas o bayas para comer pero no había nada. Lo que sí encontré fueron varios arroyos donde paraba a tomar agua. Según los consejos de Bear Grylls en su programa de Discovery Channel, si el agua fluye, es bastante seguro beberla. Más aun si desciende directamente de un nevado. Ya había pasado a modo supervivencia pero estos recursos no fueron suficientes.
A mitad de camino mi cuerpo ya había superado lo que mi mente podía exigirle. Empecé a sentir mareos y los inicios de una bronquitis. Estaba en el punto donde continuar no era un acto de valentía o coraje, sino de estupidez. La decisión no fue fácil pero me di media vuelta y regresé. No lo tomé como un fracaso, sino como una lección en conocer mis propios límites. No estaba en condiciones para llegar al final. No lo sabía aún pero al igual que el camino de regreso, el resto del día también iría en picada.
Cuando llegué a la base, conocí a Gerda, una chica brasilera que también desistió de hacer la subida a las Torres. Compartimos un almuerzo de galletas, atún, queque y chocolates al lado de la moto. Cuando terminé y me preparé para irme, me di cuenta que había perdido mi gorro. El gorro que había tenido por más de cinco años y mi absoluto favorito, perdido entre los arbustos del sendero hacia las Torres del Paine. No sería lo único que este Parque me quitaría.
El último trecho para salir del Parque Nacional era peor que andar por la superficie de la Luna. Habían cráteres a lo largo de todo el camino y evadir a todos era prácticamente imposible. Para empeorar las cosas, estos huecos estaban llenos de agua y cada vez que caía en uno me mojaba las botas que ya habían perdido parte de sus atributos impermeables. Aceleré para salir más rápido y cuando por fin vi la garita de control me sentí más tranquilo y paré a tomar esta foto para ilustrar las condiciones del camino:
¿Alguien más notó qué está faltando? Bueno, lo que solía estar amarrado encima del faro posterior era mi galonera de reserva. La misma que necesitaría para llegar a Cerro Castillo. Sin esa galonera La Inmortal no era capaz de cubrir las distancias entre pueblo y pueblo. Con todo el pesar de mi corazón tuve que regresar 5km por el mismo camino de mi%$# para buscarla.
La encontré al borde del ripio, perforada y perdiendo combustible. Me apresuré y le eché todo lo que quedaba al tanque y traté inútilmente de sellar el hueco. Cuando volví a salir del camino y revisar que no me faltara nada más me di cuenta que había otro paquete no habido. Mi lonchera había desaparecido. Tenía arroz, fideos, atún, cubiertos y una bolsa llena de Milky Ways. No más. No vuelvo a pasar por ese camino el día de hoy. Abandoné mi lonchera en el Parque. Ojalá que los turistas que vi caminando por ahí la hayan encontrado y dado buen uso. Es lo mejor que puedo esperar.
Pasó una hora más y ya me encontraba nuevamente en territorio argentino. En los puestos de migraciones me informaron que Fernando y Charlie me habían pasado una hora antes. Eso no era nada malo considerando lo tarde que terminé saliendo del Parque. En la última estación de servicio, el dueño me regaló una galonera nueva (una ex-botella de agua de 7 litros) y usé eso para el siguiente tramo: 60km de ripio, una probadita de lo que sería la parte complicada de la Ruta 40. Tomé mis precauciones y estuve andando más despacio pero el ripio estaba muy bueno. No habían baches y las huellas dejadas por vehículos más grandes eran claras y sólidas. Avanzaba a 80kph y me sentía bien acerca del progreso que estaba logrando. No había viento pero saliendo de una curva eso cambió repentinamente.
Unas fuertes ráfagas empezaron a soplar desde el oeste y me empezaron a sacar de la huella. No estaba esperando que fuera tan fuerte y mis intentos de regresar al centro no fueron suficiente. Primero me sacó de la huella al ripio suelto.
(Inclínate más. Inclínate más. Regresa. Regresa.)
Pero no estaba regresando. Al contrario, estaba saliendo aún más.
(Por favor no te salgas. No te salgas. No te salgas.)
Ya sentía que estaba perdiendo el control. La rueda delantera no me guiaba por donde quería ir y la posterior estaba empezando a culebrear.
(¡Carajo! Corrige curso. Detente suavemente. No te caigas. Note caigas. Notecaigas, notecaigas, ¡NO TE CAIGAS!)
Apretar los frenos en ese instante no hubiera servido de nada. Tenía que detenerme con la misma resistencia del motor y del camino. Lo único que tenía que hacer era avanzar lo más recto posible, pero la gravilla suelta y el viento pudieron más. La rueda posterior se empezó a deslizar hacia la derecha haciendo que toda la moto gire y me encontraba deslizándome por encima de las piedras completamente perpendicular al sentido del camino.
(No voy a morir acá.)
Hice un quiebre y la enderecé la moto pero la inercia hizo que la rueda posterior circule 180 grados detrás mío en lugar de los 90 grados esperados. En otras palabras, seguía avanzando en perpendicular y me había inclinado demasiado en el último quiebre como para recuperar el balance en esa superficie.
(!!!)
Ya no hubo palabras que pasen por mi cabeza. La moto se vino abajo y siguió arrastrándose de costado sobre la gravilla. Yo seguía sentado sobre ella. Sentía la fricción del suelo rozar con mi pierna derecha pero mi mayor preocupación fue que no se doble el manubrio ni se vuelva a romper el freno. Después de varios metros, la moto se detuvo pero el motor seguía andando. No encontraba el switch de corte de combustible para detenerlo. Yo seguía con la pierna debajo de la moto pero justo donde debía estar. No estaba atrapado. Tenía que levantar la moto lo más rápido posible sino la gasolina del tanque empezaría a salirse por la tapa directamente encima de mi pierna y entrepierna. Son partes que preferiría mantener lejos de las llamas. Me “bajé” de la moto y la levanté. El motor se apagó y felizmente no hubo derrame de combustible. La puse sobre el parante para analizar los daños, tanto personales como materiales.
Yo estaba intacto. La armadura del pantalón y la forma de la moto evitaron que despelleje o que me rompa la pierna. Salí ileso. La Inmortal fue la que absorbió todo el impacto. Tuve que regresar unos 20 metros para ir recogiendo partes de equipaje que se habían desprendido. La galonera que me acababan de regalar se había perforado en la parte inferior. La tapa roja de la luz posterior se había roto y desapareció por completo. El tornillo de una tapa lateral se rompió y también desapareció. Las barras protectoras delanteras se habían doblado. El freno delantero… seguía puesto. Ufff.
El motor no se había dañado, el tanque de gasolina (de la moto) no se había perforado y ningún neumático se pinchó. La Inmortal había sobrevivido su primer accidente grave. Me senté al lado de ella, comí un chocolate, tomé un poco de jugo, y respiré profundo. Guardé todo lo que se había salido. Enderecé los fierros doblados y amarré la galonera de cabeza para que no perdiese más combustible, especialmente sobre un foco encendido expuesto. Me subí y eché a andar nuevamente.
A mi izquierda el sol empezaba a ocultarse y con él, se iba la temperatura que había estado disfrutando. Todavía estaba a 100km de El Calafate. Tuve que parar tres veces para recuperar un poco de calor pero finalmente llegué temblando a El Calafate. Entrando a la ciudad vi a Fernando y Charlie en un taller. Aproveché para hacerle un necesario cambio de aceite a la moto y reemplazar la galonera perforada. Les conté lo que había pasado y Charlie sacó su botella de whisky para brindar la ocasión.
– Es un gusto verte nuevamente, y vivo. ¡Salud!
– Salud.
– Salud.
Caballero, es un gusto leerte, sigue escribiendo. Me hubiera gustado tener las agallas de hacer algo así, pero cuando leo tus relatos, me doy cuenta que mi vida light no hubieran aguantado tanto. Entonces continuaré viviendo este sueño a través tuyo y con la inmortal. Suerte y Cúidate.
Espero hacer este paso en enro 2011. No pense que podia ser tan terrible. tomare precauciones. Te agradezco y espero que mi preciosa sea tan maravillosa como LA INMORTAL