Llegué a Colonia a las 3am y apenas abrieron las compuertas salí sobre mi moto mojada. El primer hostel donde llegué estaba repleto a causa de las celebraciones del bicentenario. Me recomendaron otro que estaba muy cerca y felizmente encontré lugar. Me registré y muy calladito entré al cuarto y me metí a la cama.
Poco a poco me estoy sintiendo más cómodo dejando la moto afuera. En Buenos Aires la deje afuera un par de noches (encadenada, obviamente) y en Colonia hice lo mismo. Es cierto que también hay que juzgar un poco el lugar donde te estás quedando pero no me pongo paranoico si decido dejarla durmiendo a la intemperie. En la mañana salí a pasear por Colonia en la moto y recorrí el centro histórico en un dos por tres. Decidí salir un poco más lejos y me fui al Real de San Carlos a apreciar la parte de Colonia que no había llegado a conocer. Eso también fue una vuelta rápida. Regresando fui a comer a un restaurant a la vuelta del hostel y me pedí un chivito al plato, como para gozar de las cosas típicas. Es básicamente un infarto hecho comida. Chivito frito con papas fritas, huevo frito, jamón y queso. Los que me conocen bien se sorprenderán, pero ya no le saco el queso a las comidas. Ahora lo como con orgullo.
Me había estado sintiendo un poco bajoneado desde que salí de Buenos Aires. Ya me había acostumbrado a ver a gente conocida todos los días y retomar la travesía significaba un retorno a la soledad. La mañana que me tenía que ir conocí a un par de chicas mexicanas que se tomaron unas vacaciones de sus estudios en Argentina. Charlamos mientras tomábamos desayuno y fue justo el levante de ánimos que necesitaba. La vez pasada que estuve en Colonia, antes de irme conocí al Sr. Daniel Scott, un uruguayo que había cruzado nadando el Río de la Plata en dos ocasiones: en 1983 y en el 2008. Era otro caso de personas comunes haciendo cosas extraordinarias. Una inspiración. Si alguna vez están en Colonia, denle una visita a su bodega en la esquina de 18 de Julio y Washington Barbot. Cuando volví a la ruta las cosas ya no parecían tan malas.
Llegué rápidamente a Montevideo. Iba a tomar un desvío para seguir directamente a Punta del Este pero como ya era más o menos la hora correcta, entré al centro para buscar donde almorzar. Un señor que cuidaba carros en la Plaza de la Independencia me preguntó de donde era. Cuando le di un resumen de dónde había venido y todo lo que había recorrido y que además tenía hambre me indicó un par de restaurantes peruanos. Según él, Montevideo está lleno de peruanos. Qué bueno. Desafortunadamente casi todos los lugares estaban cerrados así que me conformé con una simple milanesa.
Lo que me agarró por sorpresa era lo extenso que es Montevideo. Yo sólo conocía la parte del centro y los alrededores de la estación de buses pero bordeando la costa tratando de salir de la ciudad me di cuenta que habían playas tras playas tras playas. Había subestimado a la capital uruguaya.
Poco antes del atardecer había llegado a Punta del Este. Desde varios kilómetros afuera ya sabía que iba a ser una ciudad de lujo descomunal debido a los carteles publicitarios de los hoteles en la península y mis predicciones eran acertadas. Las casas en la avenida principal era enormes y hermosas. Los edificios también demostraban que albergaban las pertenencias de personas con mucha plata. En cuanto a la parte natural, las playas eran lindísimas. Paré un rato en el extremo de la punta a comer un sandwich mientras el sol se ocultaba detrás de una isla.
Mi objetivo era llegar hasta La Paloma y armar la carpa pero cuando llegué encontré un hostel bastante cómodo así que me quedé ahí por esa noche. Pensaba quedarme dos noches pero una vuelta por el pueblo me convenció de lo contrario. No había casi nada para hacer. Es más, era la única persona que se estaba quedando en el hostel. En la mañana preparé mis cosas y me fui.
Salí relativamente temprano tomando en cuenta que tendría que hacer un cruce de frontera hacia Brasil. Estaba a mitad de camino de la frontera, el sol brillaba, no había viento y la música estaba buena. Disfrutaba del día cuando de repente:
¡BOOM!
Toda la parte posterior de la moto se hundió y luchaba por mantener el control. La moto se deslizaba de izquierda a derecha una y otra vez y yo hacía el esfuerzo para no terminar en el piso como en la Patagonia. Mis instintos me decían que apriete los frenos pero sabía que si lo hacía iba a perder el poco control que tenía y me iría directamente contra el vehículo que venía en el carril opuesto: una ambulancia. El universo definitivamente tiene sentido del humor. Me reí un poco. Dejé el motor enganchado en cuarta e iba disminuyendo la velocidad mientras yo seguía zigzagueando. Finalmente me detuve por completo en medio de la carretera y empujé la moto hacia el costado. La ambulancia había dado una vuelta en U y regresó porque pensó que seguramente estaba en el piso con algún hueso roto. Mientras caminaba hacia la ambulancia podía ver en los ojos del chofer y la enfermera el asombró al ver que no solo estaba bien sino que ni siquiera me había caído. Me paré junto a ellos y después de varios segundos finalmente recuperaron la compostura y me preguntaron:
– Hola. ¿Todo bien?
– (con cara de “¿me estás hablando en serio?”) Este… no.
Me indicaron que había una gomería a 1km de distancia y luego de que les confirmara que efectivamente no estaba lastimado, siguieron su camino. Llegué jadeando y sudando a la gomería solo para encontrar que no había nadie. Un niño que estaba jugando en un carro dijo que el encargado había salido en la mañana y que si no llegaba en la noche entonces estaría al día siguiente. Me quería matar. Ni siquiera había recorrido 100km y ya estaba varado. Me eché en el pasto a descansar y pensar en un plan de acción. Busqué algunas piedras y levanté la moto dispuesto a reparar yo mismo el problema. Fue entonces que descubrí que había estado realizando un experimento de durabilidad sin siquiera saberlo. El resultado: después de 14.000km con una cubierta City Demon de Pirelli puedes llegar a ver la cámara sin sacarla.
Había desgastado por completo el neumático. Tenía dos opciones: conseguir otro o reencauchar el que tenía. El chiquillo llamó a su tío y éste me dijo que había una estación de servicio un kilómetro y medio hacia el centro de Castillos (el pueblo donde me encontraba). Me dijo que monte la moto hasta allá porque ya ni siquiera importaba qué más daño le pueda hacer a la cámara o la cubierta. Dejé todo mi equipaje en su casa y me fui hacia la estación donde después de esperar más de una hora que llegue el encargado pude solucionar el problema.
A pesar del percance, había tenido mucha suerte. En caso me hubiera caído, la ambulancia me habría socorrido. Tuve suerte de quedarme sin llanta a la altura de un pueblo (aunque igual la tuve que empujar casi 3km). Tuve suerte que Washington (el gomero de la estación de servicio) haya encontrado una cubierta del tamaño que necesitaba. Un aro 15 para una moto es muy poco común. Me terminó poniendo una cubierta usada pero que me duraría hasta conseguir una nueva. Por último, tuve suerte que me haya cobrado exactamente lo poco que me quedaba de billetes uruguayos. Al salir de Castillos, no tenía ni un centavo (uruguayo).
Esa noche me quedé en la ciudad fronteriza de Chuy (Chuí en Brasil). Encontré un hostel fenomenal que me hizo el favor de cobrarme en pesos argentinos (todavía me quedaba un poco). Todo el lugar fue diseñado por el dueño y tuve que felicitarlo personalmente por su originalidad. Es uno de los lugares con más personalidad donde me haya quedado. Cuando pasen por Chuy/Chuí, busquen el Étnico Hostel.
La mañana siguiente salí con llovizna. Había dejado la carpa y el sleeping sobre la moto y las esquinas estaban mojadas. Nada grave. Continué hasta el puesto de control migratorio de Uruguay donde hice el trámite de siempre. El encargado de Aduanas me pidió los papeles de la moto.
– Buenos días, ¿me permite los papeles de su vehículo?
– Aquí tiene (mostrando la tarjeta de propiedad).
– No señor. Necesito el documento de importación temporal del vehículo.
– Ah. Debe ser uno de estos (le entrego el manojo de papeles que me dieron en el Buquebus para que escoja uno).
– No es ninguno de estos. ¿Dónde está el documento de ingreso de la moto al país?
– … (¡Maldito Buquebus!) …
Lucho …. Eso te pasa para que vuelvas a Colonia y te tomes una foto en el risco donde fue nuestra última pelea del viaje!!!
Suerte hermano!!!!! Ya estoy preparando la fiesta de tu bienvenida!!!
Un abrazo!
Estuvo buenisimo
Me da gusto que te hayamos alegrado el camino, ojala que tu proximo viaje sea un poco mas largo y llegues a Mexico jaja
Saludos y mucha suerte!!
Me encantan tus historias!, te deseo lo mejor en tu viaje y opino lo mismo que Brenda, tienes que irnos a visitar y te prometemos no desayunar pizza jajajja, cuida tu moto y suerte en el viaje!!
hola todo bien,cuantos kilometros te aguanto la cubierta del gomero de castillos jajaja llegaste a la frontera?
Sigue leyendo la siguiente parte para que veas exactamente qué pasó con esa cubierta. Saludos!
hola todo bien? si ya la repase muy buena la aventura o mas bien un calbario pasastes
para obtener esa cubierta como podrás notar te escribo después de un año y algo es había perdido la dirección y la encontré cuando menos lo pensaba saludos y un abraso
Hola Washington! Qué gusto escuchar de ti. Muchas gracias por tus saludos y aun más por tu gran ayuda. Toda mi aventura se la debo en gran parte a todas las personas que me apoyaron y me trataron con tanta amabilidad en este gran continente.