Hace unos días me encontraba dando vueltas por Miraflores. Estaba haciendo un poco de tiempo antes de encontrarme con alguien y decidí pasear con tranquilidad por las calles, absorbiendo la paz y serenidad de la zona. Árboles altos, hojas verdes que dejaban pasar esporádicamente algunos rayos de sol que calentaban pequeños puntos entre las sombras de verano.
Todo andaba de maravilla hasta que al cruzar una intersección, me golpeó por el costado una ráfaga de viento que casi me bota de la moto. Afortunadamente estaba en una calle sin tráfico. Tal vez exagero un poco, la verdad es que me agarró desprevenido. Ya había sentido vientos cruzados anteriormente pero nunca en la ciudad, especialmente en una zona con tantos edificios. Fue como si se hubiera creado un túnel de viento en una de las calles. Se me vino a la mente un documental donde un par de motociclistas tuvieron que atravesar una tormenta de arena inclinándose casi 45 grados para contrarrestar la fuerza del viento.
Esta semana viajé a Tacna por motivos de trabajo (no, no fui en moto). En el camino al pueblo donde iba a pasar las próximas dos semanas, atravesé extensas áreas llenas de arena. La carretera creaba una división entre las pequeñas dunas. El viento aquí era mucho peor no solo por la fuerza sino que venía acompañado de tierra y arena. Tanto aquí como en el norte del país, cuando sopla mucho viento, el desierto empieza a invadir la carretera dejando parches y hasta a veces dunas en medio de la Panamericana. La tracción sobre arena tan suave es mínima y representa un gran peligro si llego a toparme con ello. Eso, combinado con los vientos es algo con lo que uno tiene que ser precavido.
Estuve leyendo que en la Patagonia argentina los vientos de este tipo (sin la arena) son frecuentes durante todo el año. Espero no tener que desarrollar la destreza de manejar con una inclinación lateral de 45 grados para contrarrestar las fuerzas eólicas de estas zonas inhóspitas.