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La situación me estaba comenzando a preocupar. Había estado menos de un minuto en este camino y ya sentía que mis riñones iban a estallar. Menos de un minuto y, según lo que nos habían dicho en La Merced, faltaban tres horas para llegar a Oxapampa. El sentido común me pedía a gritos que ponga en marcha el plan de contingencia que había planteado antes de salir de Lima. El plan era que si el camino de La Merced a Oxapampa era tan malo como todo el mundo decía, entonces dejaba la moto en el hospedaje de La Merced y me iba a Oxa en la camioneta. Pasaría buscando la moto de regreso a Lima. Me sentí un poco decepcionado con el hecho de no poder continuar. Ramien, siendo el gran motivador que es, me convenció a seguir con sabias palabras que se convirtieron en inspiración renovada:
– Lucho, si vas más rápido no vas a sentir las piedras tanto.
Y por piedras no se refería a mis testículos. Realmente no toma mucho convencerme para seguir intentando algo difícil. Sino, tampoco habría terminado Super Mario Bros 3. En fin, tomé el consejo y le metí velocidad a la moto. Gran diferencia. El truco no hizo que el camino de trocha se convierta en una autopista pavimentada con nubes y seda, pero redujo enormemente el riesgo de una falla renal inminente. La preocupación que había tenido unos minutos antes se transformó en diversión total. Era como estar en un rally y yo imaginaba que mi moto crucero era una motocross. Tal vez no fue la idea más inteligente pero hizo posible que soportara el camino. Llegando a un centro poblado, logré divisar una pista plana. Habían asfaltado la cuadra alrededor de la plaza de la localidad de San Luis de Shuaro. Fueron los 200 metros más alegres de esa etapa. Por poco me bajo de la moto para besar el piso pero no teníamos tiempo para esto. La misión era llegar a Oxapampa lo más temprano posible.
En cada curva del río esperaba ver algún cartel que indique la distancia a Oxapampa, o por lo menos alguna indicación que nos estábamos aproximando. No había nada. Después de mucha incertidumbre, llegamos a una intersección donde podíamos continuar por el camino de trocha o cruzar un puente donde seguramente seguía otro camino de trocha. Me dio tranquilidad ver la cantidad de vulcanizadoras que tenían sus puestos al lado del camino. Cualquier problema y podría solucionarlo por aquí (probablemente). Pregunté por dónde continuaba para ir a Oxapampa y tras la indicación, crucé el puente. El otro lado del río estaba asfaltado pero asumí que el trecho sería igual de largo que en San Luis de Shuaro. Para mi buena fortuna, la vía asfaltada continuaba y continuaba y continuaba… Se partieron las nubes y cayeron rayos de sol sobre nosotros. Nuestra buena fortuna nos trajo una carretera en perfectas condiciones directamente hasta Oxapampa. Más tarde nos enteraríamos que el cambio de condiciones se debía a que este lado del puente pertenecía al departamento de Pasco, mientras que el camino de trocha pertenecía a Junín. Por motivos turístico-políticos, a Junín no le convenía asfaltar el camino hasta el puente porque causaría que una mayor cantidad de turistas escapen de La Merced hacia Oxapampa. En lugar de promover y explotar el turismo en La Merced, dificultaron el paso a Oxapampa. Nadie en La Merced nos dijo que el tramo de trocha eran solamente unos 20 kilómetros, y yo estaba a punto de dejar la moto.
El siguiente tramo solo podría ser descrito como una fiesta. Una gran fiesta de curvas. Después de pasar por el camino anterior, lo que teníamos actualmente era un paraíso vial. Paramos un rato para estirarnos un poco y sacudirnos el polvo de encima. Bueno, en realidad yo fui el único que hizo eso último. Nuevamente se notaba que el paisaje estaba volviendo a cambiar. Estabamos subiendo otra vez. Terminaríamos subiendo de 800 a casi 2000 metros. Luego del descansito breve (los mosquitos se estaban dando un banquete con los brazos y piernas de los demás) continuamos subiendo. Yo fui el único al que no le picaron los mosquitos en esa parada pero no quiso decir que me libré de todo incidente involucrando bichos voladores. Poco después de retomar la ruta, pasamos por una zona infestada de mosquitos. Parecían una pequeña nube en el medio de la carretera, que al atravesarla, terminó pareciéndose a una obra de Jackson Pollock en mi visor. Fue un inconveniente menor que limpié rápidamente con mi guantes pero dos infelices afortunados lograron sobrevivir el impacto de alguna manera e inmediatamente se metieron por las aberturas de ventilación y entraron al casco. Esto no era bueno. Veía dos manchas volando justo en frente de mis ojos. Uno de ellos trató en entrar por mi nariz. Ya saben cómo se siente eso. Es la misma sensación que uno tiene cuando una mosca se para en su oreja, cuando escuchan uñas en un pizarrón, o cuando te sujetan los pies y te hacen cosquillas en las plantas. La reacción natural es retorcerse de manera agónica. Eso es un lujo que uno no se puede dar sobre una moto en carreteras sinuosas a 80kph. No sé cómo no perdí el control y salí volando pero atiné a solo soplar por la nariz. El mosquito salió pero seguía dando vueltas en el casco, junto a su amigo que se había postrado alegremente sobre mi ceja. Abrir el visor no era una opción porque entrarían siete más, y con seguridad, directamente en mis ojos. Empecé a darme puñetazos en el casco con mi mano izquierda. Lo único que estaba logrando era lastimar mi mano y que el auricular izquierdo del iPod se salga. No consideré el inconveniente lo suficientemente grave como para detenerme hasta que uno de los mosquitos (el mosquito Kamikaze) voló directamente en mi ojo, siendo aplastado por mis párpados. Conducir con un solo ojo arruina tu percepción de profundidad y es recomendable detenerse. El otro mosquito se acercaba a mi otro ojo. Conducir con ambos ojos cerrados arruina tu percepción de estar vivo, debiste haber parado cuando solo tenías un ojo cerrado. Está de más decir que no tuve que esperar hasta el segundo escenario. Me hice a un costado. Me quité el casco y el mosquito vivo se fue volando contentamente. Ojalá lo haya atropellado un camión. Me saqué al otro mosquito del ojo y me lavé con mis manos sucias. Ahora tenía la cara con agua y tierra. Nuevamente tendría que correr un poco para alcanzar a los demás.
Esta vez, no me tomó mucho tiempo alcanzárlos. Mientras íbamos subiendo, encontramos algunas curvas donde habían badenes para que pase el agua que bajaba por las laderas. Dos lecciones aprendidas aquí. En el primer badén, no había agua pero la curva sí era cerrada. Bajé la velocidad lo suficiente para tomar la curva pero no tomé en cuenta que el material con el que se hacen los badenes no es asfalto, es hormigón armado. Lección 1: La tracción sobre hormigón es COMPLETAMENTE diferente al asfalto. Bajé la velocidad, entré a la curva, me empecé a inclinar y ahí es dondé sentí que la llanta trasera estaba comenzando a resbalarse. Enderecé y frené para no caerme. No solo fue el hormigón la causa de la resbalada. En todas estas curvas se había acumulado una ligera capa de tierra, probablemente residuo del paso del agua. Accidente evitado. En la siguiente curva, había un cruce de agua considerable. Era como un charco pero con agua que fluía. Lección 2: Cualquier cuerpo de agua que esté fluyendo tiene una fuerza de arrastre. El agua corría de la derecha hacia la izquierda, donde caía entre frondosa vegetación al vacío. La camioneta pasó sin siquiera perder una pizca de velocidad, salpicando agua por todas partes. Era como ver una publicidad de Toyota donde muestran la camioneta pasando por terrenos inhóspitos en cámara lenta. Yo también quise protagonizar mi propio comercial de aventuras en mi cabeza pero teniendo en cuenta mi seguridad, bajé la velocidad para pasar. Gran error. Tenía que haber parado por completo y pasar muy lentamente. Apenas ambas llantas entraron a la zona donde pasaba el agua, fue como si alguien hubiera jalado la alfombra debajo de mis pies… hacia el precipicio. Contra todo instinto, me incliné hacia el precipicio (para que la moto no terminara de deslizarse) y aceleré para salir del paso del agua. Sano y salvo. ¡Ufff! No hay nada como aprender de los errores de uno mismo. Si me hubieran dicho con anticipación que no debería atravesar cruces de agua de esa manera, probablemente lo habría hecho solo para saber a qué se referían. Ahora, tras haberlo experimentado, lo tengo muy presente y es algo que no volveré a hacer.
Tanta lección nueva me hizo olvidar la primera lección del viaje: no pegarme tanto a la camioneta. Pasamos una sección donde un huayco se llevó tres secciones de carretera. Ya se habían hecho obras para retirar los escombros y se había hecho un camino pero todavía sin asfaltar. Era lo suficientemente liso como para pasar sin tener que ir lento, el problema es que no tomé en cuenta las piedritas que quedaron regadas en la vía. ¡TOC! Sentí un golpe en el casco. Pensé que era algún escarabajo que pasó volando por en frente. No sería la primera vez que algún animal volador se choca con el casco. Una vez me bajé una paloma en pleno vuelo. Felizmente no fue un gallinazo. Sentí otro. ¡TOC! Esta vez cayó directamente en el visor y me di cuenta que eran las piedras que estaba levantando la camioneta. Bajé la velocidad pero ya era muy tarde. Era como si me estuvieran disparando con una honda. Antes de lograr una distancia apropiada de la camioneta ya me había caido una piedra en la mano derecha, el cuello, y el pecho. A 80kph, esas cosas duelen.
…
El resto del trayecto a Oxapampa fue más tranquilo. Luego de pasar la curva donde se encuentra una escultura que te da la bienvenida a la ciudad, pudimos apreciar toda la planicie de Oxapampa. No esperaba que fuera así. Siempre me había imaginado a Oxa como un pueblo metido en medio de la densa selva. Era más bien un gran campo abierto lleno de casas con techos a dos aguas. La mayoría cumplía con este estilo arquitectónico pero también habían casas “normales”. Nos enteramos que a las familias más antiguas de Oxapampa no les gustaba que vengan personas de otras partes que se instalen en la ciudad y cambien el aspecto visual del lugar. Nos contaron que en Pozuzo sí existen leyes que garantizan que todas las viviendas construidas cumplan con ciertos requisitos para mantener la identidad alemana de la ciudad, cosa que estaban tratando de implementar en Oxapampa sin mucho éxito hasta el momento.
Fuimos en busca del Hospedaje Don Calucho. El lugar quedaba a una cuadra de la plaza y era bastante cómodo. Luego de separar la cama de cada uno, salimos en busca de comida. Nadie tenía ganas de comer cebiche o pollo a la brasa (que curiosamente era lo único que veíamos abierto), queríamos algo típico oxapampino. Solo encontrábamos bodegas o juguerías, ambulantes vendiendo chocotejas o puestos turísticos ofreciendo manjar blanco. A punto de rendirnos y comer otro pollo a la brasa, Ramien le preguntó a un policía dónde podíamos conseguir algo típico para comer. La manera en la cual le respondió fue inesperada. El policía, que se encontraba hablando con otro señor, se volteó y le dio la mano a Ramien.
– Mucho gusto, señor. ¿En qué le puedo servir?
En medio de su sorpresa, Ramien le indicó que estábamos en busca de comida y queríamos algo típico de la localidad. El señor que se encontraba charlando con el policía le dijo:
– Yo conozco un muy buen lugar en la plaza. Si no le molesta, lo podría llevar hasta allá.
El señor nos guió dos cuadras de vuelta a la plaza donde nos consiguió una mesa en el restaurante (coman en El Típico). ¿Qué será que tienen las grandes ciudades que hacen que la hospitalidad de la gente desaparezca? Este tipo de amabilidad es típico en pueblos pequeños y verlo en vivo te saca de cuadro por la falta de costumbre. Fue una sorpresa agradable. Casi tan agradable como la cantidad de lindas chicas rubias de ojos azules que se paseaban de lo más tranquilas por las calles. La señora de la bodega en Bayoz tenía toda la razón.
Como en otras ciudades selváticas, el principal medio de transporte en Oxapampa es la moto. Al parecer, el pasatiempo local es darle vueltas a la plaza central, las únicas cuatro calles asfaltadas. Las mismas motos circulaban una y otra vez, como si estuvieran buscando un botón que se le cayó a alguien en la periferia de la plaza. Comenzaba a caer el sol y decidimos armar nuestra propia minijuerga en la misma plaza. Sacamos la camioneta, la estacionamos al costado de la plaza, prendimos la música y nos pusimos a chupar ahí mismo. Las motos seguían pasando. Algunas chicas bajaban la velocidad, curiosas por ver qué estábamos haciendo. Brindamos y les sonreíamos a las muchachas. El constante paso de las motos me dio ganas de acoplarme a la diversión de los locales. Regresé al hospedaje y saqué a la negra. Muy pocas veces he salido sin casco a dar vueltas. Solo lo he hecho cuando recién aprendía por mi casa y un par de veces en San Isidro y Miraflores cuando le tuve que prestar mi casco a una amiga. En este caso, parecía que la ley en las ciudades de la selva te prohibía usar casco. En todo el viaje, solo vi a UNA persona usar casco. Fue en La Merced y juzgando por el tamaño de su moto, creo que también estaba viajando. En fin, pasaron unos minutos y me aburrí de dar vueltas. Ojalá haya tenido el mismo entusiasmo que el resto de jóvenes que estaban totalmente compenetrados en la carrera que parecían estar teniendo, y nadie llevaba la cuenta. Al regresar a la camioneta, o mejor dicho, nuestra bodega de licores, Ramien había desarrollado una gran afición por las plazavueltas y me pidió usar la moto para recorrer un poco. No estaba totalmente convencido de las destrezas motociclísticas que decía tener Ramien. El hecho que tuve que explicarle cómo hacer los cambios y dónde se encontraba el neutro no ayudó. Lo que terminó convenciéndome fue que dejó su camioneta en garantía por cualquier incidente ocasionado. Fue lo último que dijo antes de alejarse:
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La plaza no es muy grande. Una vuelta no toma más de un minuto y medio. Entiendan mi preocupación cuando no hubo rastros de la moto después de cinco minutos. Todas las demás motos ya habían pasado en frente de nosotros por lo menos tres veces. Cada segundo que pasaba, yo abrazaba más a mi nueva camioneta. Pobre, pobre Ramien. No te preocupes, mi nueva Toyota FJ, yo te trataré con el mismo respeto y cariño. En eso, la negra se asomó por la vuelta de la esquina. Estaba intacta, desde el barro que manchaba las llantas y motor hasta las etiquetas de cerveza que Hugo le acababa de pegar al tanque. Aparentemente, Ra tuvo unos problemas al tratar de subir el cambio y creo que se dio toda la vuelta en primera. Después de unos consejos y una vuelta más, nos regresamos todos al hospedaje para ducharnos antes de salir. En una de las vueltas, había aprovechado para buscar posibles lugares dónde caer esa noche. Había harto potencial.
No sé en qué punto falló la coordinación del equipo pero terminamos quedándonos dormidos por segunda vez consecutiva. Eran las 3am y sentía que habíamos desperdiciado otra aventura nocturna. Durante la noche recordé haber escuchado la alarma de Hugo y le dije que se despertara. Estaba roncando profundamente y ni siquiera reaccionó para apagar la alarma. Me volví a quedar dormido y las alarmas subsiguientes no fueron lo suficientemente fuertes para despertar a cualquiera de los dos. Rechacé la idea de quedarme durmiendo nuevamente. Desperté a Hugo y fui al otro cuarto a despertar a los demás. Encontré a Ramien, que también se acababa de despertar. Estaba a punto de despertar a Sebastián y Alessandro pero se veían tan tiernos durmiendo en cucharita que decidí dejar que sueñen el uno con el otro. Esa descripción debería bastar así que no colgaré las fotos.
Estábamos listos para salir a disfrutar dos noches de juerga en una sola, pero había un problema. La reja del hospedaje estaba cerrada con candado. Evaluamos la situación: había la posiblidad de treparnos la reja y salir pero después no podríamos volver a entrar. Después de deliberar brevemente le tocamos la puerta a la dueña para que nos abra. Desde afuera pudimos escuchar una voz que se quejaba. ¿Cómo van a salir estos muchachos a esta hora? Encima me despiertan. No puede ser. Ramien, Hugo y yo pusimos la cara de emoticon S (:?). La dueña abrió la puerta y al ver su cara, con ojos que suplicaban solo poder dormir, nos arrepentimos un poco de nuestra decisión. Pero solo un poco. Esa cara nos dio más razón para hacer la juerga larga y continuarla hasta que salga el sol. Abrió el candado y salimos a la noche, sin saber lo que nos esperaba.