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Eddie estaba pálido y sudando. La desesperación en sus ojos era más que aparente y no hacía ningún esfuerzo para ocultarlo. Todos los pasajeros del bus recién habíamos terminado de pasar por migraciones y el tiempo que habíamos calculado para llegar a nuestro destino se hacía cada vez más y más corto. Cinco minutos después de salir de salir del puesto de control migratorio, un pasajero exclamó:
“¡Oiga, chofer! Faltan dos personas. ¡Dejó a dos pasajeros en el puesto de control!”
Todos los pasajeros se mostraron incrédulos ante la irresponsabilidad del chofer pero el único que encima parecía que iba a sufrir un infarto era Eddie. El bus dio la vuelta y la sangre se le iba de la cara casi con la misma rapidez que su cabello se le iba de la cabeza. Cada segundo estaba en nuestra contra y ahora estábamos regresando a buscar a gente que habíamos dejado atrás. Si tan solo mi MP3 no se hubiera quedado sin batería habría podido por lo menos hacer de cuenta que nada de esto estaba pasando. El estrés puede ser contagioso. Dos semanas antes, nadie pudo haber imaginado las circunstancias en la que nos encontraríamos…