¡Ataca, Perro Sucio! : cap.3

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Cada día nuevo traía consigo una nueva aventura. Luego de un contundente desayuno para reparar la fatiga de la noche anterior, preparamos las mochilas para partir nuevamente siguiendo nuestro rumbo hacia el norte. Aquí fue cuando nos despedimos de Lorena, Mari, y las “Yugoslovakas” que lograron despertarse antes del mediodía. Dejábamos atrás al elemento femenino de nuestra escuadra. Encontramos una combi, atamos las mochilas al techo y nos subimos los cinco pasajeros destinados a continuar la travesía: Eddie, Nacho, Bobby, Jose y yo.

Está de más decir que la combi no ofrecía seguro para maletas perdidas.

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¡Ataca, Perro Sucio! : cap.2

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La lógica era la siguiente: por más obstinado que sea, Nacho eventualmente se aburriría si nadie le hacía caso a su ridículo bailecito. Le dijimos que todos nos íbamos a dormir, e inmediatamente regresamos a la habitación. La música seguía sonando a todo volumen, el patio entero seguía bebiendo hasta morir, pero nosotros en plena apariencia de niños buenos, regresamos a la camita. Nacho inmediatamente cesó sus actividades coreográficas y estoy seguro que se quedó profundamente dormido antes que su cabeza tocara la almohada.

Con la bestia escocesa de vuelta en su jaula, volvimos a salir a gozar de lo que fue una larga noche de risas, alcohol, y jarana. No hay nada como una juerga playera.

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¡Ataca, Perro Sucio! : cap.1

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Eddie estaba pálido y sudando. La desesperación en sus ojos era más que aparente y no hacía ningún esfuerzo para ocultarlo. Todos los pasajeros del bus recién habíamos terminado de pasar por migraciones y el tiempo que habíamos calculado para llegar a nuestro destino se hacía cada vez más y más corto. Cinco minutos después de salir de salir del puesto de control migratorio, un pasajero exclamó:

“¡Oiga, chofer! Faltan dos personas. ¡Dejó a dos pasajeros en el puesto de control!”

Todos los pasajeros se mostraron incrédulos ante la irresponsabilidad del chofer pero el único que encima parecía que iba a sufrir un infarto era Eddie. El bus dio la vuelta y la sangre se le iba de la cara casi con la misma rapidez que su cabello se le iba de la cabeza. Cada segundo estaba en nuestra contra y ahora estábamos regresando a buscar a gente que habíamos dejado atrás. Si tan solo mi MP3 no se hubiera quedado sin batería habría podido por lo menos hacer de cuenta que nada de esto estaba pasando. El estrés puede ser contagioso. Dos semanas antes, nadie pudo haber imaginado las circunstancias en la que nos encontraríamos…

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