Fabricando ‘Z’s sobre una moto

Fue una larga noche. Había ido a Miraflores a buscar a Gaby, una amiga que visitaba de Argentina. Se estaba quedando en un hostal frente al Parque Kennedy. Llegué un poco tarde (en realidad era temprano bajo estándares de “Hora Peruana”) y nos tomamos un trago mientras charlábamos esperando a un grupo de amigos que nunca llegaría. Después de darnos cuenta de lo inútil de nuestra espera, salimos a dar una vuelta en la mejor manera para apreciar un lugar nuevo… en moto. Dimos un paseo por Barranco, donde paramos a comer unos anticuchos y charlar un rato más. Entramos a los puntos de diversión clásicos solo para encontrar que no era la mejor noche para salir a juerguear. Después de dar unas vueltas más, bajamos por el Circuito de Playas antes de regresar a Miraflores.

Pocas personas a las que he llevado en moto han sabido comportarse tan bien como Gaby, a quien poco le importó que un taxi casi nos arrollara mientras salíamos del estacionamiento. Puede que hayan sido los años de experiencia (según ella) de andar como pasajera en moto que le permitieron tomar fotos y sacar videos mientras nos perdíamos entre los vehículos que se creen dueños de las calles limeñas. Por lo general a mis pasajeros les da síndrome de marsupial y se aferran a mi espalda durante el trayecto, o sino me dan cabezazos con el casco cuando freno, o en otras ocasiones se inclinan al lado contrario cuando entro a una curva. Terrible. Uno de los peores trató de asfixiarme usando sus piernas para aplastar mis costillas. Los que vieron Goldeneye seguro se acordarán de Xenia Onatopp y cómo mataba a sus víctimas. Era algo parecido pero menos sensual. Mucho menos. En fin, mi pasajera de esta noche comparte el premio de Mejor Pasajero con el Chino Koo que cargó en cada mano una bolsa llena de botellas de vino cuando regresábamos a una fiesta.

Al llegar de vuelta a Miraflores, compartimos un enorme sandwich que ella había procurado. Después de un rato, probablemente efecto secundario del sandwich, ya me estaba dando sueño. Parecía que habían pasado varias horas y estaba contemplando la idea de quedarme dormido en uno de los sillones del hostal pero preferí la comodidad de mi propia cama. El hecho que tenía que trabajar al día siguiente también pudo haber tenido algún grado de influencia en mi decisión de retirarme.

Me despedí, bajé a la calle y al llegar a la moto vi cómo mis manos sacaban la cadena por su propia voluntad, yo no tenía control sobre ellas. El sueño parecía haberse potenciado por lo lleno que me dejó ese sandwich. Me subí a la moto, prendí el motor y me puse el casco, que parecía más pesado de lo normal. Me aproximé al primer semáforo y desde ahí ya sabía que iba a tener problemas. Sentía los párpados pesadísimos. Sacudí la cabeza y abrí los ojos lo más que pude. Respiraba profundamente en afán de mantenerme despierto. La luz cambió a verde y seguí mi camino.

Mientras estaba andando no sentía tanto cansancio. Obvio que todavía tenía sueño, pero no sentía que me iba a quedar privado en medio camino. Llegué a otro semáforo y en una de las parpadeadas mis ojos no se volvieron a abrir. No me había quedado dormido. Simplemente mis ojos se quedaron cerrados. Luché para volver a abrirlos. Sabía que mientras más tiempo permanecían cerrados, mayores eran las probabilidades que me quedaría dormido. Finalmente logré abrirlos y tuve una revelación.

Debo mencionar que cuando tengo mucho sueño suelen ocurrirme ideas que probablemente no caigan en la categoría de inteligentes. A muchas personas les pasa cuando están borrachas. A mi me pasa cuando hago un esfuerzo por no dormirme. En esta ocasión lo que pensé fue, “Si cierro ambos ojos, me quedo dormido y recupero el 100% del sueño necesario. Si cierro solamente un ojo, entonces me quedo medio dormido y recupero el 50% del sueño necesario, justo lo que necesito para llegar a casa”. Díganme si no es un idea brillante. Pasé el semáforo y cerré un ojo. ¡Tenía razón! Funcionaba de maravilla. Ahora solo sentía la mitad del cansancio. Desafortunadamente se me hacía difícil calcular las distancias a los rompemuelles y baches así que decidí aplicar la técnica del mediosueño solamente en los semáforos.

En el siguiente semáforo, aproximadamente a mitad de camino a mi casa, las cosas empeoraron. Ya estaba empezando a cabecear y sentía que mi pierna de apoyo se desplomaba por el peso de la moto. Una señora en el auto a mi izquierda miraba horrorizada que alguien esté montando una moto con semejante cara de sueño. Tenía que aplicar otra estrategia. Entré a una avenida grande, creo que era la Javier Prado y aceleré un poco. En este instante se me ocurrió mi segunda idea brillante. “Si voy más rápido voy a producir más adrenalina. La adrenalina me va a ayudar a quedarme despierto y la velocidad adicional hará que llegue a casa más rápido. ¡Doble funcionalidad! Soy un genio”. Empuñé el acelerador y llegué a una velocidad no apropiada para la zona en la que me encontraba. Parte de mí tenía miedo pero era este miedo el que me mantenía despierto. Como un adolescente en una película de Freddy Krueger, tenía que hacer todo lo posible por evitar quedarme dormido.

Me desperté. Eran las 8:30am. Había llegado a casa sano y salvo. Recordé que llegué, metí la moto y la tapé. Me acuerdo haber subido a mi habitación y haberme quedado dormido casi instantáneamente. Lo que no recordaba era cómo llegué a mi casa. No recuerdo la ruta que tomé desde Miraflores hasta La Molina. Recuerdo los breves momentos de lucidez en algunos semáforos y las ideas estúpidas que se me vinieron a la mente, pero las calles que tomé siguen sin figurar en mi memoria.

Pensándolo bien, tal vez debería haberme quedado en ese sofá en Miraflores.

 

 

 

* Esta publicación es meramente anecdótica. Espero que quede claro que no recomiendo el uso de ninguna de estas ‘técnicas’ para combatir el sueño. *