Era un buen día. Un día como pocos otros. El sol brillaba intensamente, los pájaros cantaban, y yo regresaba a mi casa alegremente. La música en mis audífonos me hacían entonar notas fuertemente. Algunas personas volteaban a mirar. Todo andaba de maravilla.
A la Inmortal ya le tocaba su mantenimiento. En verdad le tocaba su mantenimiento como 1000km atrás pero siempre había una excusa o alguna razón para no llevarla todavía al taller. Roldán (mi mecánico) ya me había advertido que era hora de cambiar los discos del embrague y hacer una revisión a profundidad del motor. Ya había recorrido muchísimo y se había esforzado como ninguna pero mi adorada nunca se quejó. Nunca me dio señales que quería que la revisaran. Que necesitaba que la revisaran. Es posible que ni ella misma se haya dado cuenta que estaba mal del corazón.
Crucé un semáforo en la Av. La Merced y ni bien avancé 100 metros escuché un crujido metálico.