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La lógica era la siguiente: por más obstinado que sea, Nacho eventualmente se aburriría si nadie le hacía caso a su ridículo bailecito. Le dijimos que todos nos íbamos a dormir, e inmediatamente regresamos a la habitación. La música seguía sonando a todo volumen, el patio entero seguía bebiendo hasta morir, pero nosotros en plena apariencia de niños buenos, regresamos a la camita. Nacho inmediatamente cesó sus actividades coreográficas y estoy seguro que se quedó profundamente dormido antes que su cabeza tocara la almohada.
Con la bestia escocesa de vuelta en su jaula, volvimos a salir a gozar de lo que fue una larga noche de risas, alcohol, y jarana. No hay nada como una juerga playera.
Despertamos todos con una ligera resaca mientras el discurso inaugural de Alan García sonaba fuerte en la radio y televisión. No pasó ni un minuto antes que cambiáramos el tedioso discurso a una música más movida. Más adecuada para el entorno. Nacho parecía no acordarse de nada de lo acontecido la noche anterior y preferimos mantenerlo así por temor a un posible resurgimiento de baile escocés. El día estuvo nuevamente lleno de vagancia y pereza, ambas cualidades nobles en una vacación playera. Nos hicimos clientes predilectos de un restaurante con menú de 5 soles donde comíamos mañana, tarde y noche. Nunca antes había comido tan bien por tan poco.
Algunos decidieron ir a explorar la playa, meditando sobre su vida. Otros tomaron la decisión de seguir durmiendo en afán de establecer un nuevo récord. Sea lo que hayamos decidido individualmente, todos teníamos claro de qué se trataban los días en Máncora. Cada día era nada más que un lapso de espera hasta que caiga la noche, que traía consigo la música, el ritmo, y el alcohol. Esa era nuestra motivación, y esa noche fue en la que se desató la locura. Comenzamos comprando otra docena de cervezas y haciendo nuestros previos en la arena frente al mar. Tras un breve chapuzón, regresamos al hotel para integrarnos con la fiesta de verdad.
En algún momento de la noche, Eddie usó sus encantos naturales para hacerle el habla a un grupo de mochileras europeas. Inglesas, danesas, y suecas a la que Eddie afectuosamente apodó “Las Yugoslovakas”. Con ellas viajaban dos tipos: uno que se hizo humo relativamente rápido y otro que encontró irresistible a Lorena. Al comienzo, le gustó la atención pero se aburrió de estar constantemente acosada y nos miraba con ojos que pedían ayuda a gritos a lo que nosotros respondimos con carcajadas.
La música sonaba más fuerte, la noche calentaba y el alcohol fluía libremente. Bailamos, nos reíamos, y poco a poco nuestro pequeño grupo de diversidad étnica empezó a llamar la atención del resto de los presentes. No pasó mucho tiempo antes que se formara un círculo de buitres esperando el momento para atacar. Era patético ver a buitre tras buitre tratar de entrar al círculo a tratar de bailar con alguna de nuestras amigas de Yugoslovakia pero ninguna de ellas estaba interesada, salvo una que otra que se dejó llevar un poco por el trago.
Eddie y algunos de los demás regresaron a la habitación a dormir pero antes de ello, me dejó con unas sabias palabras que terminarían convirtiéndose en el lema de nuestro viaje.
“¡Ataca, perro sucio!“.
Nuestro grupito se iba deshaciendo poco a poco y de un momento a otro pasamos de la pista de baile a la piscina.
Splash.
Splash.
Splash.
Las cosas pintaban bien para algunos muchachos con suerte hasta que la cosas empezaron a salirse de las manos. Nunca falta un mal borracho que le estropee la fiesta a los demás. Entre gritos e insultos se escucharon romper varias botellas. Algunas de ellas hasta se vieron surcando los aires esquivando por muy poco las cabezas de algunos. Los hombres se decían de todo. Las mujeres lloraban y trataban de interponerse para evitar mayor violencia. Este tipo de cosas frecuentemente parecen más dramáticas de lo que necesitan ser.
Era claro que los estruendos de vidrio contra cemento marcaban el final de la velada. Todos se retiraban rápidamente a sus habitaciones o fuera del hotel. No siendo uno para desaprovechar el pánico seguí a una de las Yugoslovakas a su habitación.
“Déjame quedarme aquí hasta que pase todo este escándalo. No me gustaría que me caiga una botella en la cabeza” le dije.
“En realidad mis amigas y yo ya nos vamos a dormir. Mejor nos vemos mañana.” y con esas palabras entró a su cuarto.
Ouch.
Yugoslovakia 1 – Perú 0.
Regresé a mi cuarto dejando detrás de mí un sendero de agua que chorreaba de mi ropa empapada por haber estado remojándome en la piscina. Escurrí mis jeans y mi camiseta y me uní al sueño colectivo de la habitación frente al mar, tratando de recordar en mi ligera estado de ebriedad si Yugoslovakia era realmente un país o si Eddie había estado soltando sus joyitas de inteligencia nuevamente.
“Perro sucio”, murmuró alguien en la oscuridad.