Quisiera que esto dure para siempre: Pozuzo parte 3

“Quisiera que esto dure para siempre. Casi tanto como una eternidad…”

Note

Dudo que Andrés Calamaro y Los Ratones Paranoicos se hayan referido a Pozuzo cuando escribieron aquella memorable canción pero para nosotros era el deseo más honesto que podíamos manifestar. Al salir de nuestras oscuras habitaciones esa primera mañana, vimos por primera vez el esplendor de lo que nos rodeaba. Estábamos en medio de un mundo natural, retornados a forma más sencilla de la vida. Cerros cubiertos de verdor reemplazaban los edificios grises de la ciudad, y nuestras presiones laborales y sociales eran reemplazadas por alegría pura. En todo el viaje se tomaron más de 1500 fotos pero hay una sola que lo resume perfectamente.

La vida

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Hambre, barro y cansancio: Pozuzo parte 2

Con nuestros estómagos en llamas, producto del aguardiente del tío de la tienda, continuamos nuestro camino hacia Oxapampa. En media hora ya estábamos en San Ramón y ya se me hacía agua la boca imaginándome las delicias que iba a pedirme en La Merced. Un tacacho con cecina, un juane, una patarashca. O mejor, una porción de cada una. Mi panza ya había pasado la etapa de los gruñidos. Estaba rugiendo. Ya falta poco, me decía a mí mismo, y efectivamente ya faltaba poco. Entramos a la recta principal que conduce directamente al centro de La Merced y yo seguía al Chancho esperando que gire a la izquierda para buscar un restaurante en el centro. Pasaron los dos desvíos hacia el centro y asumí que pararíamos en un lugar más adelante. Nop. Pasamos el cartel que muy cordialmente nos agradecía por la visita a La Merced y me dije, seguro vamos a parar en uno de los restaurantes campestres fuera de la ciudad, al lado del río. Qué buena idea. Pasamos uno, pasamos otro. ¡Carajo! No van a parar.

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El Llamado de la Selva: Pozuzo parte 1

“Jajaja, estás loco. Mi negra ya no aguanta un viaje como ese. Yo tampoco estoy en condiciones físicas como para hacer un viaje tan largo. Mi moto ni siquiera va a poder pasar esos caminos de barro. Además, hay muchas advertencias de huaicos y lluvias a lo largo de toda la carretera. Todo eso y ni mencionar el bloqueo de los mineros en La Oroya.”

“Dale Lucho, va a estar buenísimo”.

Repetía las respuestas que le di a Andrés en mi cabeza una y otra vez mientras regresaba a mi casa. Durante una hora insistió intermitentemente para que lo acompañara junto a un grupo de amigos en un viaje que había organizado a Pozuzo pero le di mil y un razones por las cuales sería una mala idea que yo fuera. Cada una de esas razones iba perdiendo importancia frente al prospecto de una magnífica aventura mientras más me acercaba a mi hogar. Apenas llegué lo primero que hice fue llamarlo. “Me animé. Nos vemos en el punto de encuentro a las 4am”. Tenía solamente seis horas para prepararme antes de la salida.

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El retorno a las carreteras: Fin de semana en Paracas

Desempolvé mis botas, saqué mi bufanda azul del fondo de mi cajón y revisé la presión de mis llantas, nivel de aceite y tensión de la cadena. No había hecho ninguna de estas cosas durante muchísimo tiempo y no lo hacía ahora por una sensación de obligación hacia mi queridísima Inmortal. Lo hacía porque estaba a punto de salir nuevamente a la carretera hacia una nueva aventura. Una aventura pequeña en comparación a la Vuelta, pero una aventura no obstante.

Un mes antes, me llegó una invitación por Facebook para salir de gira el 3 y 4 de marzo a Paracas. Era un grupo de motociclistas que no conocía personalmente pero con los cuales me comunicaba de vez en cuando a través de los foros en Internet. Nunca antes había viajado con mentalidad de grupo. Cuando estuve viajando con Fernando, Charlie, y Sam, fue un consorcio improvisado. No teníamos ninguna regla ni pauta para viajar en grupo por lo cual terminamos separándonos durante largas distancias en más de una ocasión. Hasta llegamos a estar en países diferentes y sin comunicación debido a la falta de coordinación. Viajar en grupo significaba una experiencia nueva para mí y acepté la invitación.

Team Renegade, presente!

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¡Ataca, Perro Sucio!: cap.8 – Un retorno en contra del tiempo

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Llegamos a la estación de buses faltando 10 minutos que salga el bus. Los guardias estaban con ganas de hacer problemas diciéndonos que teníamos que pasar la revisión de seguridad y fueron bastante meticulosos para revisarnos. Un poco más y se convertía en una búsqueda de cavidades. Sin embargo, lo importante era que habíamos abordado y estábamos rumbo a Guayaquil donde nos esperaba la segunda etapa del retorno.

No dormí esa noche. Mientras Eddie y Jose yacían en sus respectivos asientos sumergidos en un profundo sueño yo intentaba apoyar mi cabeza contra la ventana para descansar siquiera un par de horas. Imagínense mi sorpresa cuando vi a algo escurridizo pasar junto a mi cabeza:

"Hola amigo, duerme tranquilo mientras yo me paseo por tu cara."

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¡Ataca, Perro Sucio!: cap.7 – Rondando Portoviejo

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Poemas a la ciudad

Borrón y cuenta nueva. Las locuras de Montañita quedaban atrás mientras el bus seguía su rumbo al norte, hacia Portoviejo. El sol salía por nuestra derecha pero yo ya me había quedado dormido después de aquella noche interminable. Nos habíamos sentado en la parte de atrás pero no en asientos contiguos. Yo estaba al lado de la ventana y en algún momento del viaje, un grupo de escolares se había sentado cerca a mí y no paraban de reírse al verme babear sobre mi mochila mientras mientras mi cabeza rebotaba contra el vidrio de la ventana.

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¡Ataca, Perro Sucio!: cap.6 – Estalla Montañita

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Fue una mañana nublada aquel dos de agosto en Montañita. Salimos en la mañana a dar una vuelta por la playa y naturalmente no encontramos a nadie. Éramos los dueños de las olas y la arena, pero en nuestro reino playero no habían señales de vida.

Arenas solitariasDescifrando el horizonte.

Luego de una larga caminata hasta el final de la playa, donde nos encontramos mirando pececitos atrapados en las piscinas formadas por la marea y observando el horizonte sin decir nada, regresamos al pueblo. Pasamos por la misma bodega donde compramos el Absolut la noche anterior, sólo que esta vez, por el mismo precio compramos tres botellas de vodka cuyo nombre ni siquiera vale la pena tratar de recordar. Nos estábamos mentalizando para una noche de destrucción.

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¡Ataca, Perro Sucio!: cap.5

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El bus viajaba a lo larga de una angosta y maltratada carretera. Las ruedas giraban velozmente sobre el pavimento que de vez en cuando se interrumpía ante la presencia de un bache. Los pasajeros pegaban un pequeño salto en sus asientos pero nadie se mostraba demasiado preocupado. El sol brillaba y todo indicaba que sería un gran día.

Para recapitular un poco: en esta nueva etapa solo quedábamos Jose, Eddie, Bobby y yo. Ya habíamos perdido a Nacho a causa de una infección estomacal severa y un enfrentamiento violento. Ernesto, Lorena, y Mari se habían quedado atrás en Máncora. Éramos la mitad del equipo original, los valientes que seguían adelante.

Mientras más nos acercábamos a nuestro destino, menos pasajeros habían en el bus. En cada pueblito que cruzábamos en el camino se bajaba otra persona mientras nosotros mirábamos por la ventana asegurándonos que no estén sacando una mochila de más del compartimiento de almacenaje. Fue solo media hora antes de llegar a Montañita que se bajaron un par de tipos bastante grandes y nos dimos cuenta que en nuestro bus iban sentadas dos rubias que sin lugar a dudas no eran de la zona. Ahí comenzó un breve juego de adivinar de dónde eran nuestras intrusas. Basándonos en color de cabello, tono de tez y tamaño corporal acordamos que debían ser alemanas. Hasta Eddie dudaba que sean parte del clan de las “Yugoslovakas” que vimos en Máncora. Ahí fue donde terminó nuestro interés en las últimas pasajeras que nos acompañaban pero al llegar a Montañita, ellas también se bajaron. Cada uno agarró su mochila y entramos por la vía principal del pueblo.

¿De dónde salió esa botella?

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¡Ataca, Perro Sucio!: cap.4

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Nacho se encontraba en muy malas condiciones. Estaba pálido, sudando frío, y severamente deshidratado. Se tomó algo para el malestar y se fue a dormir. El sueño lo ayudó un poco ya que la mañana siguiente se volvía a notar el color en su cara.

Ese día lo tomamos con calma. Alberto nos llevó a pasear por Guayaquil, mostrándonos los lugares más simpáticos de la ciudad: El Malecón del Salado, el Cerro Santa Ana, el Malecón 2000, y algunos otros puntos de interés. La pasamos bien, y comimos aun mejor (excepto Nacho, obviamente). Durante todo el día la salud de Nacho iba mejorando. Su estado de ánimo se levantó, se lo veía más alegre y de buen humor. Hasta se arriesgó a subir los 444 escalones del Cerro Santa Ana, donde nos cayó la noche en un pequeño bar mirando el malecón. Fue una digna manera de terminar el día: tomando unos tragos, escuchando buena música y dejando nuestras últimas frases célebres en las paredes del local.

Después de una deliciosa pizza fue que Nacho se dio cuenta que tal vez su sistema no estaba todavía lo suficientemente restablecido como para poder consumir lácteos. Se fue corriendo al baño. Toda su mejoría se fue, literalmente, al tacho (o al inodoro). La cuestión es que cuando salió del baño, era como si se hubiese arrojado más que solamente su comida. Arrojó su color, su ánimo, hasta su alma. Era lo más cercano a un zombie que alguien llegaría a ver en su vida.

Terminamos llevándolo a una posta médica cercana donde le recetaron medicamentos y más reposo. Todos nos habíamos divertido un poco burlándonos de la mala fortuna de Nacho. Escenas como la siguiente con motivo de apoyo moral eran frecuentes:

APOYO MORAL!!

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¡Ataca, Perro Sucio! : cap.3

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Cada día nuevo traía consigo una nueva aventura. Luego de un contundente desayuno para reparar la fatiga de la noche anterior, preparamos las mochilas para partir nuevamente siguiendo nuestro rumbo hacia el norte. Aquí fue cuando nos despedimos de Lorena, Mari, y las “Yugoslovakas” que lograron despertarse antes del mediodía. Dejábamos atrás al elemento femenino de nuestra escuadra. Encontramos una combi, atamos las mochilas al techo y nos subimos los cinco pasajeros destinados a continuar la travesía: Eddie, Nacho, Bobby, Jose y yo.

Está de más decir que la combi no ofrecía seguro para maletas perdidas.

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