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La lógica era la siguiente: por más obstinado que sea, Nacho eventualmente se aburriría si nadie le hacía caso a su ridículo bailecito. Le dijimos que todos nos íbamos a dormir, e inmediatamente regresamos a la habitación. La música seguía sonando a todo volumen, el patio entero seguía bebiendo hasta morir, pero nosotros en plena apariencia de niños buenos, regresamos a la camita. Nacho inmediatamente cesó sus actividades coreográficas y estoy seguro que se quedó profundamente dormido antes que su cabeza tocara la almohada.
Con la bestia escocesa de vuelta en su jaula, volvimos a salir a gozar de lo que fue una larga noche de risas, alcohol, y jarana. No hay nada como una juerga playera.