Pasamos los siguientes cuatro días en el Freestyle Hostel de Ushuaia, posiblemente el mejor hostel en el que haya estado. Desde el momento que nos recibieron y nos dieron la bienvenida sabía que la iba a pasar bien. Con abrazo incluido, ya formábamos parte de la familia Freestyle. Nuestra habitación era un horno, el lugar más caluroso de todo el hostel pero se complementaba bien con el frío que hacía afuera. Durante el día dejábamos la puerta al patio abierta para establecer un balance de temperatura. La primera noche, cuando yo ya estaba sumido en un profundo sueño, el sonido de un golpe seco me despertó a medias. Asumí que el ruido fue producto de un sueño que estaba teniendo y me volví a dormir. Lo volví a escuchar un par de veces más pero todavía no estaba seguro si era real o parte de mi imaginación, como los ruidos afuera de mi carpa en el Desierto de Atacama. Un último suceso confirmó mis dudas. Fernando salió disparado de su cama y vi algo negro escabullirse por el piso. Me arrinconé al fondo de mi cama pensando que había una rata rondando el piso cálido del cuarto. Se volvió a mover entre las cortinas, sonó un clonk, y al no poder salir se escondió bajo una cama. Era un gato negro. Seguro se había metido durante el día y se quedó dormido sobre el piso con calefacción. No lo culpo, yo habría hecho lo mismo. Había estado tratando de salir durante la noche y cada vez terminaba chocándose con el vidrio de la puerta. Le abrimos la puerta y le tiramos una botella de agua vacía para que se anime a salir nuevamente. Nunca más supimos de él pero desde ese momento cuando dejábamos la puerta abierta poníamos algún tipo de tranca para que no entre nada. Me desperté temprano después de botar al gato y la vista del amanecer sobre Ushuaia era una nueva señal que vendrían buenos tiempos.
El inhóspito fin del mundo: Tierra del Fuego
Dejando atrás los malos momentos en Río Gallegos, me consoló enormemente el hecho que estábamos a meros pasos de entrar a Tierra del Fuego. A medio camino de la frontera tomamos un pequeño desvío hacia una laguna formada en un antiguo volcán. Al voltear a la derecha en el desvío el viento que nos había estado empujando desde el costado ahora venía desde adelante. Es preferible un viento que te frene a uno que te desestabilice. Solo tuvimos que recorrer unos 4km antes de llegar pero los vientos ahí parecían ser peores. Tuvimos que estacionar las motos de tal manera que el viento no las tire al piso y pese a nuestros mejores esfuerzos igual se pasaron el tiempo que estuvimos ahí tambaleándose. Igual valió la pena habernos detenido para ver la laguna.
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Saboreando la meta: Puerto San Julián y Río Gallegos
El 22 de abril el sol decidió salir en toda su plenitud. No había una sola nube en el cielo y teníamos un camino soleado por delante. Hubiera sido mejor si el sol fuera de la mano con el calor pero eso ya no se aplicaba aquí. Cuando salimos a subir las cosas a las motos podíamos ver nuestro aliento en el aire, todos los carros tenían las ventanas congeladas, y los charcos estaban sólidos. El sol ya no era sinónimo de calor, pero era un gran motivador para seguir andando.
Antes de salir de Sarmiento pasamos por el museo prehistórico. Obviamente a esa hora (9:30am) estaba cerrado pero igual estaba bueno para una fotito. Los dinosaurios eran de tamaño real y a mí siempre me gustaron los dinosaurios.
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Pasando frío: Esquel y Sarmiento
Una vez que terminamos de subir las cosas a la moto fuimos a dar unas vueltas por Bariloche y dirigirnos hacia Cerro Catedral. Una vez arriba, paseamos por donde en invierno debe estar reventando de gente subiendo a las montañas a esquiar. Para nosotros había una cuasi pueblo fantasma pero no dejaba de ser todo muy lindo. La mayoría de las tiendas obviamente cerradas pero hallamos un resto-bar abierto donde tomamos una deliciosa cerveza artesanal. Tuvimos la intención de subir por el teleférico hasta la cima pero considerando que no había nada que hacer, optamos por irnos. Es para regresar en invierno, de todas maneras. Las memorias de tiempos pasados en Sugar Bowl, un centro de esquí donde trabajé dos temporadas, inundaron mi cabeza. El aire frío, las cabañas de madera, la sensación de entrar a un lugar con calefacción cuando afuera hacía un frío terrible. Todas gratas memorias que me encantaría volver a vivir.
(8183km después)
Los cuentos han tenido un retraso debido a que he estado apresurándome para tratar de llegar a Ushuaia lo más pronto posible y evitar peores condiciones en el sur. De ahora en adelante el ritmo baja y viajaré más tranquilo, lo que quiere decir que tendré más tiempo para escribir. Mientras termino de relatar los tramos que me faltan los dejo con esta postal que es sin duda uno de los grandes logros de toda esta odisea.
Vientos, lagos y Bariloche
La última vez que había pasado por un camino de ripio largo fue cuando fui a Oxapampa. Fueron alrededor de 20km de caminos deformados y llenos de piedras pero me sirvió de experiencia. Ahora, Fernando y yo estábamos volando a lo largo de la Ruta 40. Todo muy hermoso hasta que se acabó el asfalto. Nos detuvimos a respirar hondo antes de continuar. Una vez adentro, el camino no era tan malo. Habían huellas dejadas por camionetas que nos mostraban un paso relativamente seguro para transitar. Lo único que incomodaba era el polvo que levantaban las camionetas al rebasarnos. Bueno, en realidad no era el único problema. Puede que un problema más grande aun hayan sido la sacudida del camino. Sentía que la moto se desarmaba. A mitad de camino me tuve que poner los guantes gruesos. Como hacía calor a la salida, estaba usando los guantes ligeros pero el frío iba en aumento y me puse los guantes de cuero. Los ligeros los amarré a la mochila que tenía atrás y seguí andando.
Viejos amigos, nuevos amigos: Mendoza y el inicio de la Ruta 40
Algunos años atrás, debido a una serie de eventos desafortunados, terminé viajando sólo por Sudamérica. Lo interesante de esa situación es que nunca estuve sólo completamente. Siempre terminé amistándome de alguna otra persona que seguía parte de mi ruta y viajábamos juntos. Apenas tenía que despedirme de mi nuevo amigo u amiga, conocía a alguien más con quien podía viajar. No lo hacía por necesidad de estar acompañado. Simplemente las circunstancias se daban en las que dos o más personas compartían cierta ruta y se llevaban los suficientemente bien para seguir adelante en grupo. Pensé que simplemente tuve suerte en aquel viaje pero el destino me mandaría a más personas con quienes compartir mis travesías.
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Cruzando los Andes
Salir de Santiago en hora punta es algo que no recomendaría, en especial si te encuentras en una zona residencial y tienes que atravesar el tráfico de toda la ciudad tratando de llegar a su trabajo. Salí a las 8am de la casa de mi tía y recién a las 9am estaba en la autopista. Un breve lapsus en la lectura de carteles me hizo perder la salida la primera vez pero me permitió conocer la Ciudad Empresarial de manera fugaz. Todos los conductores en traje se veían muy extrañados al ver una moto cargada con mochila, carpa y sleeping cruzar por una zona empresarial. Un poco fuera de lugar.
Valparaíso, Santiago y la evolución de los guantes
El hostal donde finalmente me terminé quedando, el Hostal Acuarela, ha sido uno de los hostales más acogedores en el que he estado al momento. No había mucha gente pero me atendieron muy bien y el mismo diseño del hostal era diferente a los demás. Tenía su propia personalidad con toques de originalidad por todas partes. Único.
La mañana siguiente salí a recorrer las laberintosas calles de los cerros de Valparaíso. Éramos Emily (mi pseudo-compañera de viaje desde Nazca), Esther (una holandesa muy graciosa que conocimos la noche anterior), y yo tratando de descifrar el mapa que nos habían dado. Rondábamos las calles pasando por casas antiguas pero en buen estado a pesar de los efectos de reciente sismo. Parecía que el legado de Pablo Neruda, famoso poeta premio Nobel, había dejado una ciudad llena de ambiciosos artistas y poetas. En varias casas habían placas con poemas o murales hermosos y coloridos que llenaban de vida el día nublado. A pesar de tanto contraste entre casas antiguas y obras artísticas modernas, era claro que era una ciudad en peligro pues otro sismo de igual magnitud devastaría toda esta región.
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Sesiones maratónicas: La Serena y Valparaíso
Cuando me desperté todavía llegaba a ver algunas estrellas pero el cielo de fondo ya no era negro, sino un azul oscuro. Se venía el sol. Me cambié y justo cuando empezaba a guardar las cosas, apareció una esquina de luz por encima de los cerros lejanos. Justo a tiempo para dar un poco de calor y traerle un poco de vida al vacío del desierto.
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